lunes, 4 de mayo de 2020

Un pasado de amor Heidi Betts

NO SOY LA AUTORA, CREDITOS A QUIEN CORRESPONDE.

ES SOLO QUE ME APASIONA LA LECTURA Y ME GUSTA COMPARTIR LO QUE LEO.

Un pasado de amor

Heidi Betts




Un pasado de amor (2006)

Título Original: Seven-year seduction (2006)

Editorial: Harlequin Ibérica

Sello / Colección: Deseo 1451

Género: Contemporáneo

Protagonistas: Connor Riordan y Beth Curtis



Argumento:

Él era el último hombre con el que deseaba pasar por el altar…

Beth Curtis no quería estar junto a Connor Riordan ni siquiera en la boda
de su hermano. Le recordaba demasiado las fantasías que habían invadido
su adolescencia y cuyo único protagonista era Connor. Aquel
enamoramiento había acabado en una sola noche de pasión y siete años de
amargura. Ahora la ira de Beth chocaba con la atracción que sentía por
Connor y la hacía aún más consciente de que no debía volver a enamorarse
de él.

Fue entonces cuando una tormenta los dejó atrapados a los dos juntos y
Beth se llevó una buena sorpresa. Connor deseaba seducirla… y llevaba
siete años pensando cómo hacerlo.


Capítulo Uno

—¡Sí! ¡Venga, vamos, vamos!

La gente se volvió loca cuando el equipo de las Panteras de Crystal Springs
marcó otro tanto, el tanto que le dio la victoria en el mismo instante en el que
terminaba el partido.

Los seguidores del equipo local dieron un respingo y comenzaron a gritar, y a
abrazarse.

Beth Curtis no fue menos, ella también gritó y aplaudió y celebró la victoria del
equipo de fútbol americano de su colegio, que había batido a su gran rival.

Sonriendo de oreja a oreja, se giró y se abrazó a la persona que tenía justo al
lado, que resultó ser Connor Riordan.

Connor era cinco años mayor que ella, tenía la misma edad que su hermano
Nicholas, y desde que había cumplido trece años Beth se inventaba cualquier excusa
para estar cerca de él, para atraer su atención y la mirada de aquellos ojos color café
que hacía que le temblaran las piernas.

Beth se apretó contra su mejilla y sintió su incipiente barba. Aunque hacía
mucho frío y llevaban abrigos, sombreros, bufandas y guantes, percibió el aroma de
su colonia.

Madre mía, cómo le gustaba aquel olor.

A veces, sus amigas y ella hacían un descanso en los intrincados estudios de
Derecho que cursaban en la Universidad de Cincinnati y se iban un rato al centro
comercial.

Entonces, Beth se encontraba casi siempre en el departamento de colonias
masculinas, oliendo todos los frascos hasta que encontraba una que se parecía a la de
Connor.

Sospechaba que se trataba de Aspen, pero no podía estar segura sin ver el bote
y eso no era fácil porque lo debía de tener en el baño de su casa.

Claro que entre los planes inmediatos de Beth había dos prioridades: aprobar
los exámenes y seducir a Connor, así que, si todo salía bien, pronto se vería en su
casa.

Había albergado aquella esperanza desde el último curso de colegio, pero ahora
era una adulta y no había ningún motivo que evitara que se acostara con Connor.

Además, se había estado preservando virgen para él, ¿no?

Connor la dejó en el suelo y, muy sonriente por la victoria de su equipo, le
apartó un mechón de pelo de la cara.

La misma gente que había aguantado durante dos horas animando a su equipo
se retiraba ahora entusiasmada por la victoria del mismo.


—Oye, Curtis —le dijo Connor al hermano de Beth, que iba agarrado de la
cintura de Karen Morelli, su novia de toda la vida—. ¿Nos tomamos una
hamburguesa en Yancy’s?

—No, Karen y yo nos vamos a ir a casa. Karen quiere ir de compras mañana
temprano y tenemos que descansar —contestó Nicholas poniendo los ojos en blanco
para dar a entender a su amigo lo mucho que le apetecía aquel plan.

—Yo sí me tomaría una hamburguesa —se apresuró a comentar Beth ante la
posibilidad de quedarse a solas con Connor.

Connor se lo pensó un minuto, pero acabó pareciéndole bien.

—Muy bien, luego la llevo a casa —le dijo a su hermano.

—Perfecto —contestó Nick adelantándose con Karen y dejando a Connor y a
Beth detrás.

Cuando llegaron al aparcamiento, cada pareja se dirigió a un coche.

—Qué frío hace —comentó Beth arrebujándose en su abrigo.

—Sí —contestó Connor abriéndole la puerta del copiloto—. Ahora mismo
ponemos la calefacción.

Beth se subió al coche y se puso el cinturón de seguridad. Una vez dentro los
dos, Connor puso la radio para aligerar el silencio y para amortiguar de alguna
manera los pitidos de los coches de fuera.

—Yancy’s va a estar hasta arriba —comentó Beth.

Era cierto que, después de un partido, todo el mundo se reunía en aquel local,
ya fuera para celebrar la victoria o para lamerse las heridas de la derrota.

—¿Pero no decías que tenías hambre? —contestó Connor poniendo su coche en
la fila que se había formado para salir del aparcamiento.

Beth se encogió de hombros y se echó hacia atrás en el asiento.

—¿Y si vamos a otro sitio? —propuso tragando saliva y tomando aire—. ¿Qué
te parece si vamos a Makeout Point?

Aquello hizo reír a Connor.

—No hablarás en serio.

—¿Por qué no? Ya sé para lo que la gente suele ir allí, pero la verdad es que es
un sitio precioso y no creo que hoy haya nadie porque todo el mundo estará
celebrándolo en Yancy’s.

—¿Qué diría tu hermano si se enterara de que me llevo a su hermana pequeña a
Makeout Point?

Beth apretó los dientes porque odiaba que se refiriera a ella como a la hermana
pequeña de Nick.

Le entraron ganas de decirle que le importaba muy poco lo que pensara su
hermano porque ya era mayor y podía hacer con su vida lo que le diera la gana, pero


sabía que Connor respetaba profundamente a sus padres y a su hermano y que jamás
haría nada que a ellos les pudiera parecer inaceptable.

Sobre todo, si tenía algo que ver con ella.

—Obviamente, no vamos a subir con objetivos ilícitos —le dijo sin embargo—.
Se me había ocurrido que sería bonito ver ese lugar de naturaleza tan preciosa en una
noche normal y no con coches moviéndose convulsamente.

Para su sorpresa, aquello hizo reír a Connor.

—Sí, no es mala idea —contestó—. ¿Quieres que compremos unas
hamburguesas y nos las subamos?

—Fenomenal.

Así fue como ellos también se acercaron a Yancy’s, pero adquirieron sus
hamburguesas desde el coche. La mayoría de los demás consumidores entraron en el
local, pero, aun así, les tocó hacer cola durante un rato.

Cuando, por fin, les entregaron sus hamburguesas, Connor le pasó las bolsas
con la comida y la bebida, pagó, subió la ventanilla y se alejaron por la carretera en
dirección contraria a donde vivía la mayor parte de la población del pueblo.

El coche olía a patatas fritas y a hamburguesas y Beth no pudo resistirse a abrir
una bolsa y comerse una patata a escondidas.

Connor la miró y negó con la cabeza.

—No es justo —gruñó en tono de broma—. Yo también tengo hambre.

Beth sonrió, metió la mano de nuevo en la bolsa y sacó otra patata frita, que
acercó a los labios de Connor. Éste abrió la boca y engulló la patata entera, rozando
con sus labios las yemas de los dedos de Beth.

Al sentir el contacto, el deseo se apoderó de ella y Beth se preguntó si Connor
sentiría una milésima parte de la excitación que ella sentía.

Si tenía suerte, aquella noche lo averiguaría.

Avanzaron por el camino de tierra que subía hasta el lugar que habían elegido
y, una vez allí, Connor aparcó el coche en el mirador natural rodeado de pinos desde
el que se veía la inmensidad del valle.

Dejaron la comida y la bebida entre los dos asientos y dieron buena cuenta de
ambas cosas en silencio durante un rato, observando las nubes que cruzaban sobre la
luna.

Cuando terminaron, Connor recogió los papeles y los cartones, los volvió a
meter en la bolsa y la dejó en el asiento de atrás para tirarla más tarde a la basura.

Beth cruzó las piernas y se giró hacia él.

—¿Qué tal en la universidad? —preguntó Connor tras varios minutos en
silencio.

—Muy bien —contestó Beth—. Hay algunas asignaturas muy duras, pero no
me va mal.


—¿No te va mal? Seguro que eres la mejor de la clase y, cuando termines, serás
una de las mejores abogadas del país, una abogada que hará temblar a los acusados.

—No creo porque mi idea no es ser fiscal sino abogada defensora.

—No, hombre, no. De abogada defensora no se gana dinero a no ser que
defiendas a ricos y famosos y, normalmente, suelen ser culpables.

—No estudio Derecho para ganar dinero sino para ayudar a los demás.

Connor sonrió y Beth tuvo la sensación de que la veía como a una niña todavía
en lugar de como a una mujer que lo podría interesar.

—No soy una niña, Connor —le dijo echando los hombros hacia atrás para
sacar pecho.

Desde luego, no tenía un pecho tan impresionante como su compañera de
habitación, que tenía una talla cien, pero tampoco estaba mal.

—Ya lo sé, te has convertido en una mujercita muy guapa, Beth Ann.

Beth podría haberse tomado aquel comentario también como un insulto si no
hubiera sido por el tono de Connor, que había pronunciado aquellas palabras en un
susurro.

Beth se dio cuenta de que sus ojos revelaban una vulnerabilidad que nunca
había visto antes en ellos.

Si era cierto que la veía como a una mujer, a lo mejor, estaba dispuesto a
mantener una relación con ella.

Antes de que le diera tiempo a reaccionar, Beth se inclinó sobre él y lo besó.
Connor se quedó muy quieto. Al principio, no le devolvió el beso, pero tampoco se
retiró.

Beth se echó hacia atrás y Connor parpadeó con expresión entre sorprendida y
curiosa.

—Beth…

—No digas nada —murmuró ella sin apartarse del todo de él, disfrutando del
calor de su cuerpo—. Sé que me tienes por la hermana pequeña de Nick, pero he
crecido y quiero estar contigo, quiero explorar lo que podría haber entre nosotros —
le dijo esperando unos segundos en silencio para que contestara—. ¿Nunca lo has
pensado, Connor? ¿Nunca te has imaginado lo que podría haber entre nosotros?

Beth sentía que el corazón le latía aceleradamente y estaba tan nerviosa que en
cualquier momento podría devolver la hamburguesa que se había tomado.

Sin embargo, el hecho de que Connor no hubiera protestado y no la hubiera
apartado físicamente de él para llevarla a casa inmediatamente le daba alguna
esperanza. A lo mejor, a él también le gustaba ella y había algo que hacer.

—Connor —suspiró—. Por favor.

Pasó un segundo… y otro… y Connor la miraba fijamente. Sus ojos observaban
con intensidad su pelo, sus mejillas, sus labios, sus ojos…


Y, de repente, comenzó a besarla sin reservas.

Beth sintió sus manos en la cintura y en las costillas, cerca del pecho. Entonces,
se puso de rodillas en el asiento y se colocó encima de él, queriendo estar todo lo
cerca que pudiera, queriendo fundirse en un solo ser.

Había esperado durante mucho tiempo aquel momento, se lo había imaginado
tantas veces que le costaba trabajo creer que estuviera sucediendo en realidad.

Cuando Connor le acarició el pezón a través del sujetador y de la blusa, supo
que era verdad, supo que era la realidad gloriosa.

Todas las fantasías que había tenido con el mejor amigo de su hermano se iban
a hacer realidad.

Beth le quitó la cazadora mientras Connor se peleaba con la cremallera de la
suya. Cuando lo hubo conseguido, se la quitó y la tiró al suelo.

Acto seguido, sus manos volvieron inmediatamente a las caderas de Beth,
donde reposaron durante un segundo antes de deslizarse bajo su jersey para
subírselo hasta las clavículas.

Al sentir sus manos en la piel, Beth sintió como si tuviera el cuerpo encendido.
Fuera hacía frío y debería hacer frío también dentro ahora que el motor estaba
apagado y la calefacción no funcionaba, pero no era así en absoluto.

¡Allí hacía mucho calor!

Las ventanas del coche comenzaron a empañarse a causa de sus respiraciones
entrecortadas. Se estaban comportando como quinceañeros, pero a Beth no le
importaba en absoluto.

Connor comenzó a besarla por el cuello y Beth se echó hacia atrás para
ponérselo más fácil. Mientras Connor la besaba, ella le sacó la camiseta de los
vaqueros y comenzó a acariciarlo.

Inmediatamente, el abdomen de Connor se tensó. Beth siguió acariciándolo. Le
acarició el torso, la tripa y llegó hasta la cinturilla de los pantalones, donde se paró
un momento para desabrochar el primer botón.

Al mismo tiempo, Connor llegó hasta sus pechos, le levantó el sujetador y
comenzó a acariciarle los pezones, haciendo que Beth sintiera escalofríos de placer.

—No deberíamos hacer esto, nos estamos equivocando —murmuró Connor.

—No, no nos estamos equivocando en absoluto —contestó Beth besándolo de
nuevo—. Esto es lo mejor del mundo.

Connor gimió y cedió, abrazándola y tumbándola en el asiento del coche. Al
hacerlo, Beth se golpeó con la rodilla en el volante, Connor se enganchó el pie en la
puerta y se dio con el codo en la ventanilla y Beth se golpeó la cabeza con la
manecilla de subir la ventana de la otra puerta.

De no haber estado los dos tan excitados, probablemente, no les hubiera hecho
ninguna gracia, pero en aquellos momentos rieron e intentaron ponerse lo más
cómodos posible.


Cuando lo consiguieron, volvieron a besarse y a acariciarse sin parar.

Connor le bajó la bragueta de los vaqueros y deslizó los pantalones por sus
piernas. Ambos sabían que a continuación iban sus braguitas y, luego, los pantalones
y los calzoncillos de él.

Al verse así, aunque había deseado a aquel hombre desde que tenía trece años,
Beth no pudo evitar dudar de lo que iba a hacer porque sabía que todo iba a cambiar.

Obviamente, su intención era que después de aquella noche comenzaran a salir,
se prometieran, se casaran y formaran una familia.

Imaginarse dentro de diez años con él a su lado hizo que Beth sonriera…
aunque lo cierto era que le costaba pensar con normalidad ahora que Connor estaba
acariciándole la parte interna de los muslos.

Pasara lo que pasara, estarían juntos y todo iría bien. Connor era como un
hermano para Nicholas y casi como otro hijo para sus padres, así que a toda la
familia le haría mucha ilusión su relación.

Por supuesto, ella terminaría sus estudios de Derecho y volvería a ejercer allí
para casarse con el hombre al que siempre había amado y ser feliz a su lado.

Beth sonrió y dio un respingo al sentir la mano de Connor en el pubis. Connor
le separó las piernas y se colocó entre ellas lo mejor que pudo, acariciándole los
pechos desnudos. Beth sintió la punta de su miembro entre las piernas mientras su
boca continuaba devorándola.

Connor se estaba comportando de manera amable, pero demandante,
considerada, pero firme.

Deslizó una mano por su cintura y su cadera, llegó a su trasero y la levantó. A
continuación, se introdujo en su cuerpo más fácilmente de lo que Beth había previsto
teniendo en cuenta que era virgen.

Aun así, la invasión estaba siendo importante y Beth tuvo que echar las caderas
hacia delante para encontrar una postura más cómoda.

Cuando Connor se introdujo más profundamente en su cuerpo, no pudo evitar
ahogar un grito de sorpresa. Entonces, él se paró y la miró a los ojos.

—¿Estás bien?

—Sí —contestó Beth mordiéndose el labio inferior, más por costumbre que por
dolor.

Connor no parecía creerla, así que Beth le retiró un rizo de la frente y sonrió
para animarlo.

—De verdad, estoy bien —insistió pasándole los brazos por el cuello y
abrazándolo—. Pero me parece que no hemos terminado, ¿no?

—No, desde luego que no —sonrió Connor—. No hemos hecho más que
empezar.


A continuación, comenzó a besarla con ternura y a moverse dentro de su
cuerpo lentamente al principio y más deprisa a medida que el deseo iba
embargándolos a los dos.

Hasta que la fricción fue tan maravillosa que Beth sintió una espiral de placer
que la hizo gritar. Connor entró tres o cuatro veces más en su cuerpo antes de
ponerse rígido y de alcanzar también el clímax.

Saciados, se quedaron tumbados en silencio unos minutos, con la respiración
entrecortada intentando recuperar el equilibrio.

Beth lo tenía abrazado y sonrió encantada por lo que acababa de suceder.

A pesar de que hubiera sido en un coche y de que no hubieran podido
desvestirse por completo, la noche había sido perfecta.

Ya habría otras ocasiones en el futuro para desnudarse tranquilamente, hacerlo
lentamente, explorar el cuerpo del otro antes de meterse en una cama con sábanas de
raso y hacer el amor durante toda la noche.

Aquello no había hecho más que empezar.

Connor levantó la cabeza y la miró antes de erguirse y ayudarla a levantarse
también. Luego, le bajó el jersey y esperó a que Beth se subiera las braguitas y los
vaqueros antes de vestirse él.

—¿Estás bien? —le preguntó cuando ambos estuvieron vestidos y sentados
cada uno en su asiento.

Lo había dicho mirando por el parabrisas y agarrando el volante con fuerza.

—Sí —contestó Beth—. ¿Y tú?

Connor no contestó. Siguió mirando de frente. Al cabo de unos segundos,
suspiró y encendió el motor. Al instante, el coche se llenó de música y calor.

—Será mejor que te lleve a casa antes de que tu familia se preocupe.

Beth asintió. Era cierto que sus padres se preocupaban si tardaba en volver,
pero seguro que Nick les había dicho que estaba con Connor, así que todo estaba en
orden.

Sin embargo, entendía que Connor se sintiera algo incómodo. A lo mejor,
tardaba un tiempo en acostumbrarse a que eran pareja.

No pasaba nada, ahora la llevaría a casa y ya hablarían del futuro al día
siguiente por la mañana.

Mientras bajaban por el polvoriento camino, Beth lo miró de reojo y se fijó por
enésima vez en su mandíbula cuadrada, en su pelo rubio oscuro, en su nariz recta, en
sus amplios hombros y en sus bíceps musculosos.

Aquél era el hombre al que amaba, el hombre del que estaba enamorada desde
que tenía trece años y ahora iba a convertirse en el hombre con el que se casaría y con
el que pasaría el resto de su vida.

Qué felicidad.


Capítulo Dos

Siete años después…

Beth Curtis estaba sentada en la mesa de la familia que había en el estrado,
tomándose una copa de champán y mirando a la novia y al novio y a otros invitados
que bailaban.

Odiaba las bodas.

Se alegraba por Nick y por Karen, que llevaban saliendo desde el colegio, y
cuya boda no había sorprendido a nadie.

Aun así, seguía odiando las bodas.

En especial, aquélla.

Para empezar, le había tocado ser madrina, con todas las responsabilidades que
aquello conllevaba, para seguir le había tocado volar las más de dos mil millas que
había hasta Crystal Springs para la despedida de soltera y ahora para la boda y, para
rematar, los colores favoritos de Karen y que había elegido para los vestidos de la
madrina y de las damas de honor que eran el verde y el rosa, así que Beth se sentía
una especie de sandía.

Todo aquello podría haberlo soportado, pero lo peor era tener que sonreír y reír
y fingir que volver a ver a Connor Riordan no la hacía sufrir como si le hubieran
atravesado el corazón con una daga.

Se le había dado muy bien evitarlo desde que le había entregado su virginidad
siete años atrás. Por supuesto, irse a vivir a Los Ángeles había sido de gran ayuda y
no ir a casa a ver a sus padres y a su hermano todo lo que le hubiera gustado,
también.

Y, entonces, Nick había decidido que tenía que hacer lo correcto y casarse con
Karen porque se había quedado embarazada y, por supuesto, le había pedido a
Connor que fuera su padrino.

Aquello había significado que Connor y ella habían tenido que verse
constantemente e incluso que habían entrado juntos en la iglesia.

Beth tomó otro trago de champán. Se estaba quedando caliente y había perdido
las burbujas, pero le daba igual porque el contenido en alcohol seguiría siendo el
mismo y en aquellos momentos lo único que quería era emborracharse y perder el
conocimiento.

Tener que aguantar en el vestíbulo de la iglesia, del brazo de Connor, mientras
sonaba la marcha nupcial había sido una auténtica tortura.

Por supuesto, él no era consciente de lo mal que ella lo pasaba por el mero
hecho de que pronunciara su nombre en su presencia.


Y ahora, la guinda del pastel era que tenía que verlo bailando bien abrazadito a
su novia Laura-Lori-Lisa o algo así, una rubia pequeña de enormes tetas que parecía
una animadora.

Y, además, seguro que las tetas eran de silicona.

¿Pero por qué se metía con la pobre rubia cuando ella tenía como clientes a
muchas famosas de Hollywood que habían pasado por el quirófano mil veces?

Muy sencillo.

Laura-Lori-Lisa estaba con Connor y ella no.

Por lo visto, lo que Connor sentía por aquella rubia era lo suficientemente
importante como para que le hubiera pedido que se fuera a vivir con él cuando a ella
ni se había dignado a llamarla por teléfono después de la noche que habían
compartido en su coche.

¿Celosa?

Sí, un poco, seguro, pero sobre todo estaba herida y enfadada. A pesar del
tiempo transcurrido y de la distancia entre ellos, seguía estándolo.

Por supuesto, ya no sentía nada por él, solo resentimiento.

Lo cierto era que con solo oír su nombre le subía la tensión arterial y no era
porque lo echara de menos o porque quisiera compartir la vida con él sino porque su
nombre hacía que se le ocurrieran acciones homicidas que la llevaban a querer
estrangular a alguien.

—¿Qué haces aquí escondida? Deberías estar bailando.

Al oír la voz de su hermano, Beth se dio cuenta de que seguía estando sobria.

Maldición.

—No soy yo la que me caso, así que no estoy obligada a hacer el tonto.

—Vaya, gracias —sonrió Nick—. A Karen le hacen daño los zapatos, pero a mí
me apetece seguir bailando.

—Mira, allí hay una morena muy guapa —contestó Beth—. Pídeselo a ella.

—¿Estás de broma? Si Karen me ve bailando con una mujer que no sea mi
hermana, se divorcia antes de que haya terminado la luna de miel —bromeó Nick—.
Venga, anda, baila conmigo.

Beth suspiró, dejó la copa vacía sobre la mesa y se puso en pie.

—Anda, venga, vamos —accedió.

Nick sonrió y la tomó de la mano para llevarla hasta la pista de baile. Estaba
sonando la versión de Rod Stewart de The way you look tonight, pero Beth decidió no
darle demasiadas vueltas a la letra.

—Me alegro mucho por ti, de verdad —le dijo a su hermano sinceramente
mientras bailaba con él.


—Ya lo sé —sonrió Nick—. La verdad es que me ha costado un poco y me lo he
pensado mucho, pero me alegro de haberme casado con Karen.

—De no haberlo hecho, la pobre te habría matado. Llevas saliendo con ella
desde el colegio.

—Sí, bueno, eso ha sido porque quería asegurarme de que estaba realmente
enamorada de mí y no de mis millones.

Aquello hizo reír a Beth pues su hermano nunca tenía dinero. Tenía una
empresa de contratación con Connor y, aunque no les iba mal, tampoco nadaban en
la abundancia.

A ella, sin embargo, le iba de maravilla en ese aspecto.

Al principio, al llegar Los Ángeles lo había pasado mal porque el coste de la
vida en la Costa Oeste era muy alto y tenía que pagar el crédito que había pedido
para ir a la universidad, pero había sobrevivido.

Luego, había conocido a Danny Vincent, otro abogado que tenía algo de dinero
y que quería montar un bufete y Beth había aceptado encantada la invitación a
pertenecer a él.

Danny era un hombre maravilloso y un buen amigo y Beth había trabajado muy
duro durante los primeros años para demostrarle que no se había equivocado al
elegirla.

Ahora, el despacho iba de maravilla, contaba con muchas celebridades y ni
Danny ni ella tenían que preocuparse por el dinero.

Beth lucía ropa de diseñador, zapatos de marca y buenas joyas. Probablemente,
se gastaba más en peluquería en una sola sesión de lo que Karen se gastaba en todo
un año.

Lo que la hacía sentirse muy lejos del pueblecito de Ohio donde había crecido.
A veces, lo echaba de menos, echaba de menos a su gente, la tranquilidad de aquel
lugar, su familia.

Entonces, se decía que para eso existían el teléfono y el correo electrónico, que
había crecido, se había ido a vivir lejos de allí y que estaba contenta con su vida.

La canción terminó y Beth observó que un camarero había llevado una botella
de champán nueva a la mesa donde estaba sentada e hizo ademán de ir hacia allí
para llenar la copa de nuevo.

—No te vas ya, ¿verdad?

Aquélla no era la voz de su hermano.

Beth sintió que el corazón se le caía a los pies y, mentalmente, cerró los ojos y se
golpeó con la cabeza en la pared un par de veces.

Acto seguido, sin embargo, hizo gala de sus mejores dotes de disimulo, tal y
como le había enseñado el tener que tratar con los peces gordos de Hollywood,
aparentó total calma.

—Hola, Connor —saludó girándose muy sonriente.


Estaba tan guapo como siempre, más guapo aún si cabía con aquel esmoquin de
padrino porque normalmente llevaba vaqueros desgastados y camisas de franela.

Seguía teniendo el pelo rubio oscuro sin rastro de canas y sus ojos brillaban
como si escondieran un secreto que nadie más supiera.

Por supuesto, así era.

El secreto que había entre ellos era lo que habían hecho después de aquel
partido de fútbol hacía años.

Beth no se lo había contado a nadie nunca y suponía que Connor, tampoco.

—Hola, Beth. Estás increíble. Desde luego, la vida en Los Ángeles te trata de
maravilla.

Beth asintió.

¿Qué necesidad había de que Connor supiera que tenía una úlcera por trabajar
dieciocho horas al día y que siempre llevaban antiácido en el bolso?

Para los habitantes de Crystal Springs, Beth se había ido a vivir a California y
había triunfado. No había necesidad de decirles que no era oro todo lo que relucía.

—¿Quieres bailar? —preguntó Connor.

¿Con él?

Por supuesto que no.

Beth abrió la boca para excusarse con educación, pero Connor ya la había
agarrado del brazo y su hermano parecía encantado con la idea.

—Sí, quédate bailando con Connor y yo me vuelvo con Karen.

—Te lleva con correa corta ya, ¿eh? —bromeó Connor.

—He descubierto que la correa corta es maravillosa —contestó Nick guiñándole
un ojo a su amigo y alejándose en dirección a su mujer.

Beth recapacitó y llegó a la conclusión de que, si se zafaba de la mano de
Connor y volvía a la mesa, montaría una escenita, así que permitió que Connor la
agarrara de la cintura y entrelazó sus dedos con los de él.

No tenía opción y pronto se vio disfrutando del calor que emanaba de su
cuerpo y maldiciendo en silencio porque aquel hombre siguiera teniendo aquella
influencia sobre ella.

Por supuesto, se apresuró a decirse que lo único que le estaba sucediendo era la
respuesta física normal de una mujer al encontrarse con un hombre tan atractivo tan
cerca.

El haber compartido una noche de pasión con él, por supuesto, añadía leña al
fuego, pero nada más.

Aquella atracción repentina y puramente física que sentía por él no significaba
absolutamente nada.

—¿Qué tal estás, Beth? Por lo que sé, te va de maravilla.


—Sí, me va muy bien —contestó Beth—. ¿Y tú qué tal estás?

—No podría estar mejor. Supongo que tu hermano ya te habrá contado que la
empresa va muy bien. La actividad se para un poco en invierno. Por eso,
precisamente, le he dejado que se tomara dos semanas de vacaciones para irse de
luna de miel —contestó Connor dedicándole una maravillosa sonrisa a la que Beth
no contestó.

—¿Y qué te parece que tu hermano mayor se haya casado por fin?

—Me parece que ya iba siendo hora porque llevaban saliendo desde que eran
niños.

—Sí, menos mal que Karen se ha quedado embarazada porque, de lo contrario,
no sé si tu hermano se habría decidido algún día.

—No sé —dijo Beth encogiéndose de hombros e intentando no disfrutar
demasiado del momento—. Yo creo que Nick necesitaba una excusa para lanzarse a
la piscina porque lo cierto es que siempre ha querido casarse con Karen, pero tenía
los miedos e inseguridades típicos de los hombres. Cuando terminaron el colegio
ambos se acomodaron en su relación y mi hermano no vio la necesidad de lanzarse
hasta ahora.

Connor seguía sonriendo con aquella estúpida sonrisa que a Beth le había hecho
tomar la decisión de irse a vivir a la otra punta del país al terminar sus estudios.

—Esa contestación es realmente filosófica viniendo de una mujer que se pasa el
día leyendo contratos y demandando a productoras —comentó Connor.

—Los abogados podemos ser muy filosóficos —contestó Beth—. Lo que ocurre
es que preferimos no mostrar ese lado de nuestra personalidad durante las horas que
facturamos al cliente.

Connor echó la cabeza hacia atrás y se rio y Beth no pudo evitar reírse también.
Había olvidado la risa tan contagiosa que tenía aquel hombre.

Cuando pasó aquel momento, se encontró bailando todavía más cerca de él
porque Connor había conseguido de alguna manera atraparla entre sus brazos y
pegarla a su cuerpo sin que ella se diera cuenta.

Estaban bailando una antigua balada y Connor llevaba las riendas, la tenía
firmemente agarrada de manera que Beth no se pudiera soltar ni apartar y Beth
sentía sus senos aplastados contra su pecho y sus malditos y traidores pezones
estaban comenzando a endurecerse.

Por favor, por favor, que Connor no se diera cuenta.

—¿Te acuerdas de aquel baile al que fuimos cuando estabas en el colegio?
Aquél al que tus padres no te querían dejar ir si no íbamos Nick, Karen y yo.

¿Cómo lo iba a olvidar? Ella se había convencido de que era una cita de verdad
cuando para Connor, en realidad, no había sido más que hacerles un favor a la
hermana de su mejor amigo y a sus padres.

—Nos pasamos la mitad de la noche bailando como ahora —continuó Connor.


«No exactamente como ahora», pensó Beth sintiendo la pelvis de Connor tan
cerca que el estómago se le encogió y el deseo se apoderó de su interior.

—Creo que incluso tocaron esta misma canción —añadió Connor chasqueando
la lengua.

Beth no recordaba la música de aquella velada, lo único que recordaba era
moverse por el gimnasio en penumbra entre los brazos de Connor, entre los brazos
de aquel chico al que adoraba.

Menos mal que ahora era una mujer hecha y derecha que había madurado y se
había alejado de allí. Ahora era una mujer fuerte, independiente y pasaba de aquel
hombre.

Beth se dijo que debía hacer gala de algo de aquella independencia y alejarse de
él inmediatamente. No le apetecía seguir hablando del pasado, era mejor dejar los
recuerdos en paz, así que antes de que terminara la canción se quedó parada y se
distanció de él.

—¿Qué te pasa? —exclamó Connor.

—Nada, solo que no me apetece seguir bailando.

—¿Damos un paseo? —propuso Connor sin soltarla—. Voy por un par de
refrescos y nos salimos fuera a tomar el aire.

—Gracias, pero no.

—Venga, solo un rato.

Beth se quedó mirándolo a los ojos.

—¿Por qué? ¿Por qué no me dejas en paz?

Connor suspiró y no contestó inmediatamente.

—Ya sé que las cosas entre nosotros han sido un poco extrañas durante estos
años. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que me evitas cada vez que
vienes a ver a tu familia. Por eso, me parece buena idea que hablemos y aclaremos las
cosas.

¿Aclarar las cosas? ¡Sí, claro, como que iba a ser tan fácil! ¿Acaso por salir un
rato a tomar el aire y hablar del pasado iban a desaparecer el dolor, la tristeza y la
angustia que aquel hombre le había infligido?

No, Beth no tenía ningún deseo de adentrarse en el pasado. Se había dicho
muchas veces durante aquellos años que se había olvidado de él por completo y
aquella noche era el momento perfecto para demostrarse a sí misma que así era.

—No tenemos nada de lo que hablar —le dijo zafándose de su mano—. Todo
está muy claro entre nosotros. Me vuelvo a la mesa a terminarme mi copa de
champán y tú deberías volver con tu novia —añadió mirando a la rubia, que no
había parado de mirarlos mientras bailaban—. No creo que le haya hecho mucha
gracia que bailaras con otra mujer.

Dicho aquello, Beth se giró, se dirigió a su mesa, agarró la copa y la botella de
champán y decidió que salir a tomar el aire era una buena idea, pero sola.


Capítulo Tres

Connor se pasó los dedos por el pelo y soltó una bocanada de aire.

Muy bien, las cosas habían ido fatal.

Su intención había sido arreglar las cosas con Beth, intentar reparar su
vapuleada amistad, no volverla a enfadar.

Y lo peor era que se había quedado mirándole el trasero mientras se alejaba
iracunda y Lori lo había pillado.

Sin embargo, Connor no había podido evitarlo porque Beth había sido siempre
una niña adorable, una adolescente atractiva y, ahora que se había convertido en una
mujer, resultaba directamente irresistible.

Connor se maldijo a sí mismo por haberse fijado en sus atributos femeninos. Era
la hermana de su mejor amigo y él estaba prácticamente comprometido con Lori
porque llevaban tres años viviendo juntos.

Sin embargo, no podía dejar de fijarse en los maravillosos ojos de Beth Curtis,
claros y brillantes y que con una sola mirada podían congelarlo o hacerlo arder en las
llamas del deseo.

Cuando era más joven solía llevar el pelo recogido en coletas o trenzas, pero
ahora, con la melena suelta sobre la espalda, los mechones ondulados parecían de
seda y a Connor le entraban ganas de acariciárselo siempre que la tenía cerca.

Y su cuerpo… madre mía, qué cuerpo.

Sí, Lori tenía muy buen tipo, cintura de avispa, piernas largas y pecho
abundante, pero Connor sabía que su talla de sujetador se debía a la silicona y,
aunque disfrutaba del aumento, el hecho de saber que era producto del quirófano le
quitaba bastante aliciente.

Beth, sin embargo, era de verdad, era tal y como Dios la había hecho. Desde
luego, Dios se había esmerado con ella.

A Connor le encantaba cómo sus senos rellenaban aquel horrible vestido rosa y
verde. Se veía a distancia que no eran de mentira. Le encantaba la curva de su
cintura, sus caderas, su trasero… Incluso le gustaban sus tobillos.

Por todo eso iba a ir directo al infierno.

Connor se frotó los ojos y pensó por enésima vez que una de dos: o estaba loco
o era el hombre con menos suerte del mundo porque Beth era prácticamente de la
familia.

Aun así, no podía dejar de desearla.

Connor decidió que debía dejar de pensar en ella, así que se giró hacia Lori.
Desde luego, Beth tenía razón porque no parecía muy contenta. Eso quería decir que
había conseguido enfadar a dos mujeres bonitas la misma noche.

Precioso récord.


Lori estaba sentada en la mesa donde la había dejado, con los brazos cruzados
sobre el pecho y las piernas también cruzadas.

En ese momento, empezó una canción buena que le gustaba y que solía bailar,
pero ella ni se inmutó.

Connor fue hacia ella intentando hacerse el divertido, pero Lori se puso en pie y
lo miró con fuego en los ojos.

—Hola —dijo Connor intentando disimular que había visto lo enfadada que
estaba.

—Así que es ella.

—¿Quién? —dijo Connor girando la cabeza con la esperanza de ver por última
vez a Beth entre la multitud.

No hubo suerte.

Cuando se giró de nuevo, encontró a Lori mirándolo muy seria.

—Ella.

—¿Quién? —insistió Connor confuso.

—La mujer por la que nunca te has decidido a comprometerte conmigo.

—Lori…

—No —lo interrumpió ella—. Sabía que había algo o alguien, sabía que algún
incidente en tu vida, que algo de tu pasado, te impedía comprometerte conmigo por
completo, pero no tenía ni idea de que fuera la hermana de tu mejor amigo.

Aquello último lo había dicho en un tono de voz que daba a entender que era
un rastrero y Connor se sintió avergonzado. Era cierto. Beth era la hermana de su
mejor amigo, estaba fuera de su alcance, tabú. Aquello era lo que se repetía una y
otra vez cuando las hormonas le hacían tener fantasías con ella y así era como
intentaba olvidar lo que había sucedido entre ellos hacía años.

Aunque Lori había metido el dedo en la llaga, Connor quería negarlo,
necesitaba negarlo.

—No sabes lo que dices —le dijo a su novia metiéndose las manos en los
bolsillos del esmoquin—. Beth y yo somos amigos, nos conocemos desde niños.

—He visto cómo os miráis, he visto cómo la abrazabas mientras bailabas con
ella —dijo Lori—. No estoy ciega, Connor. Ahí había mucho más que amistad, no
estabas bailando con la hermana de tu mejor amigo.

—Eso es ridículo.

—No, no lo es —contestó Lori con lágrimas en los ojos—. La verdad es que
explica muchas cosas, por ejemplo, porque no llevo un anillo de compromiso —
añadió levantando la mano izquierda—. Explica por qué estoy en la boda de tu mejor
amigo y no en la mía. Llevamos saliendo juntos seis años, Connor, y viviendo juntos
tres. Si eso no te hace plantearte que tienes un serio problema con el compromiso,
allá tú. Yo tengo muy claro que lo tienes y ahora sé por qué.


—Lori…

—Esto no tiene solución, Connor. Ya no puedo seguir viviendo contigo ahora
que sé que no soy la mujer con la que en realidad quieres estar —dijo Lori recogiendo
su bolso—. Creo que sería mejor que no durmieras hoy en casa —murmuró sin
mirarlo a los ojos—. La verdad es que creo que sería mejor que no volvieras a casa.

A Connor se le pasó por la cabeza recordarle que, en realidad, era su casa
porque había sido ella la que se había ido a vivir con él, pero se dio cuenta de que el
momento estaba resultando enormemente duro para Lori y prefirió callarse.

Lo último que hubiera querido habría sido hacerle daño, pero era obvio que
Lori estaba sufriendo por su culpa.

Connor asintió con un nudo en la garganta y se quedó mirándola mientras Lori
echaba los hombros hacia atrás y abandonaba el baile con la cabeza bien alta.

Desde luego, aquella noche iba de mal en peor.

—¿Qué pasa, amigo?

Nick llegó a su lado y le ofreció una cerveza, que Connor aceptó encantado.

—Gracias —contestó Connor bebiéndosela casi de un trago.

—De nada. ¿Problemas en el paraíso?

—Sí, creo que me acaban de echar de mi propia casa.

—Vaya, así que habéis discutido, ¿eh? ¿Por qué?

Desde luego, aquélla no era una pregunta que le pudiera contestar
precisamente a Nick.

—Por nada importante —murmuró Connor rezando para que su amigo no
quisiera detalles.

A continuación, se terminó la cerveza.

—No me apetece nada irme —comentó—, pero tengo que buscar hotel si no
quiero dormir en el coche.

—No hace falta que te vayas, quédate y pásatelo bien. Te puedes quedar en mi
casa. Karen y yo vamos a estar fuera dos semanas. Si haces las paces con Lori, te
vuelves a la tuya y, si no, te puedes quedar todo el tiempo que quieras.

—¿Estás seguro? —dijo Connor emocionado ante la generosidad de su amigo.

Claro que lo cierto era que no debería haberse asombrado porque los Curtis
siempre habían sido increíblemente generosos con él, siempre lo habían tratado como
a un chico normal a pesar de que era un niño problemático.

Cuando había llegado allí, pronto se había convertido en el chico más rebelde
de la vecindad y, aunque hacía lo imposible para que lo echaran de la novena o
décima casa de acogida en la que estaba, la familia de Nick se había esmerado en
aceptarlo, confiar en él y quererlo.


Connor se emocionaba con solo recordar la cantidad de veces que le habían
demostrado su amor. Aquella familia había cambiado su vida y le estaba
eternamente agradecido por ello.

—Mi casa es tu casa —insistió su amigo—. Además, me voy más tranquilo si sé
que se queda alguien en ella.

—Gracias, no sabes cuánto te lo agradezco.

—De nada. Anda, ven a sentarte con nosotros un rato y, cuando nos vayamos,
te acercamos a tu casa para que recojas tu coche.

Connor asintió agradecido porque habían ido a la boda en el de Lori.

—Cuando vuelva, me lo contarás todo, ¿verdad? Me parece buenísimo que tu
chica te deje tirado en mi boda y que te eche de tu propia casa —dijo Nick pasándole
un brazo por los hombros y yendo hacia donde los esperaba Karen—. No se me va a
olvidar, te lo aseguro, cuando vuelva quiero todos los detalles.

Connor sacudió la cabeza ante el inminente dolor que se le estaba formando
entre los ojos.

—Me lo temía.





El aroma del café recién hecho despertó a Beth, que levantó lentamente la
cabeza de entre las almohadas, se tumbó boca arriba y abrió los ojos.

Bueno, la habitación no le daba vueltas.

Eso era una buena señal.

No estaba borracha, pero tenía resaca. Lo notaba en cómo le latía la cabeza y en
la lengua pastosa.

¿Y qué quería? Se había ido de la fiesta de su hermano con una botella entera de
champán y se la había bebido ella solita.

No estaba acostumbrada a beber, pero sabía que aquéllas eran las irremediables
consecuencias de haber querido ahogar sus emociones en alcohol la noche anterior.

Menos mal que todo había terminado.

Nick y Karen se habían ido de luna de miel a Honolulu y los invitados estarían
cada uno en su casa, incluidos Connor y su novia la rubia de silicona.

No volvería a verlos más.

La vida era maravillosa.

Beth se levantó de la cama y pasó al baño agarrándose a la mesilla y a la
cómoda para mantenerse en pie.

Tras lavarse los dientes y la cara con agua fría, se sintió más humana. Incluso
pudo bajar las escaleras más erguida, dejándose guiar por el maravilloso olor a café.


Entró en la cocina bostezando y, al abrir los ojos, se encontró con un hombre de
espaldas.

No pudo evitar gritar de sorpresa y de miedo y el hombre se giró en su
dirección. Desde luego, si no hubiera tenido la resaca que tenía, tendría que haberse
dado cuenta antes de que, si olía a café, era porque había otra persona en la casa.

La vida era espantosa.

Connor se quedó mirándola con los ojos muy abiertos, parecía tan sorprendido
por su aparición como ella lo estaba por su presencia.

Al girarse, se le había caído el café y Beth deseó con maldad que se hubiera
quemado.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó intentando taparse con la bata que no
llevaba.

De repente, se dio cuenta de que estaba en mitad de la cocina de la casa de su
familia ataviada única y exclusivamente con la camisola medio transparente con la
que había dormido.

La noche anterior, tras haber sacado de la maceta la llave de repuesto que su
hermano siempre guardaba allí, y haber subido a cuatro patas a su antigua
habitación, se había liberado del conjuntito rosa y verde, pero se había dejado la
camisola, que dejaba al descubierto más carne que cualquiera de sus camisones.

Por supuesto, no se había molestado por ello porque estaba sola en casa con
Dom Pérignon y no esperaba visitas.

—Lo mismo te digo —contestó Connor dejando la taza de café en la encimera y
limpiándose la camisa.

Era increíble lo bien que le quedaban los vaqueros a aquel hombre. Beth no
había visto a nadie llevarlos con tanto estilo.

Ni siquiera en Los Ángeles, donde todos los camareros eran aspirantes a actor o
a modelo, los hombres tenían cinturas, caderas y traseros como los de Connor
Riordan.

A nadie del mundo le quedaban tan bien las camisas de franela con vaqueros
azules desgastados y botas de trabajo.

Por supuesto, aquello no tenía ningún efecto sobre ella. Beth solo estaba
haciendo una observación mental, exactamente igual que hacía cuando una
celebridad entraba en su despacho en Wilshire.

—Por si lo has olvidado, ésta es mi casa.

—¿Desde cuándo?

Beth enarcó una ceja visiblemente molesta.

La cabeza le iba a estallar y hubiera dado cualquier cosa por una taza de aquel
café y cincuenta aspirinas.


Sin embargo, era consciente de que no iba a poder tomarse ninguna de las dos
cosas hasta que hubiera terminado aquella discusión con Connor y lo hubiera sacado
de allí de una patada en su hermoso trasero.

—Desde siempre. Por si no te acuerdas, he vivido siempre en esta casa, crecí en
ella.

—Sí, pero eso fue hace mucho tiempo —remarcó Connor probando el café que
Beth tanto anhelaba—. Tus padres se han ido a vivir a una casa más pequeña hace
bastante tiempo y tú vives en Los Ángeles. Ahora, esta casa es de tu hermano… y de
Karen.

Beth apretó los dientes y se dio cuenta de que el párpado derecho le estaba
empezando a latir, algo que solo le sucedía cuando le entraban ganas de degollar a
alguien.

—Aun así, sigo siendo de la familia —rugió—. Esta casa es de mi familia y estoy
segura de que a mi hermano no le importa en absoluto que ocupe mi antigua
habitación mientras él está de viaje.

¡Pero por qué diablos estaba dando explicaciones! Aquélla era su casa, la casa
de su familia.

Era él quien estaba de más allí. Era él quien tendría que estar defendiéndose y
dando explicaciones.

—Pues me parece que vamos a tener un problema, cariño, porque tu hermano
me dijo que me podía quedar aquí hasta que volvieran.

Beth se quedó en silencio, dejando que aquellas palabras calaran en ella y,
cuando lo hubieron hecho, deseó tener cerca a Nick para retorcerle el pescuezo.

¿Es que acaso era demasiado pedir poderse quedar en la casa donde había
transcurrido su infancia mientras estaba en Ohio?

Sola.

Quería descansar y recuperarse antes de tener que volver a su rutina en un
mundo en el que todo transcurría a toda velocidad.

—¿Y por qué necesitas quedarte aquí? ¿Acaso no tienes casa? —quiso saber
Beth.

Hubiera jurado que Connor se había ruborizado ante la pregunta.

—Sí —contestó Connor sin mirarla a los ojos—, tengo una casa, pero en estos
momentos es como si no la tuviera.

—¿Qué quieres decir?

—Que me han echado, ¿de acuerdo? —contestó Connor cruzándose de brazos y
apoyándose en la encimera con mucha dignidad.

«Parece molesto y, definitivamente, está avergonzado», pensó Beth.

Oh, sí, el día estaba mejorando por momentos.

Beth tuvo que hacer un gran esfuerzo para no estallar en carcajadas.


—Así que te han echado —repitió intentando disimular la diversión que la
situación le producía—. De tu propia casa, ¿eh? ¿Por qué?

El rubor desapareció del rostro de Connor y fue sustituido por una terrible
seriedad.

—Eso no importa —contestó muy seco—. Lo único que importa es que necesito
un sitio en el que quedarme y tu hermano me ha ofrecido su casa hasta que él y
Karen vuelvan de la luna de miel.

Ahora le tocó a Beth cruzarse de brazos. A aquellas alturas, no le importó que el
gesto hiciera que sus pechos subieran y que el raso se deslizara por su escote dejando
bastante carne a la vista.

Si la escena lo ofendía, bien; si lo descorazonaba, mejor y, si lo excitaba,
estupendo. A lo mejor, así, se sentía intimidado por la atracción y salía corriendo
hacia el hotel más próximo.

O volvía con Lori-Lisa-Laura.

Bueno, esa posibilidad no le gustaba tanto como las dos anteriores, pero aun
así… lo que fuera con tal de que se alejara de aquella casa mientras ella estuviera allí.

—Bueno, pues aquí no te puedes quedar —le dijo muy seria.

—¿Ah, no? ¿Quieres que llamemos a Nick y le preguntemos a quién prefiere
dejarle la casa en su ausencia?

—¿Por qué no? Estoy segura de que me elegirá a mí porque soy su hermana.

—Y yo soy su mejor amigo desde quinto —le recordó Connor—. Además, él en
persona me dijo anoche que podía quedarme en su casa. ¿Acaso sabe que tú también
estás aquí?

—Por supuesto que lo sabe —contestó Beth.

Y era cierto porque, cuando había preparado aquel viaje para la boda de su
hermano, le había comentado que estaba buscando hotel y Nick había insistido para
que se quedara en su casa.

—También es tu casa —le había dicho—. Además, Karen y yo nos vamos justo
después de la fiesta. Tendrás la casa para ti sola.

Beth, en realidad hubiera preferido quedarse en un hotel, pero había aceptado,
por una parte, para no herir los sentimientos de su hermano y, por otra, por el placer
de volver a dormir en su antigua habitación y de poder estar a solas con sus
pensamientos y sus recuerdos durante unos días.

Desde luego, si de recordar se trataba, había empezado muy fuerte porque no le
había dado tiempo ni de levantarse y hacerse un café sin tener que vérselas con su
mayor castigo.

Aquello era demasiado y Beth sabía que no lo iba a poder soportar si no se
tomaba pronto su dosis de cafeína, así que se acercó a la encimera, tomó una taza de
loza del armario que estaba sobre el hombro derecho de Connor y se sirvió una taza
de café.


A continuación, fue hacia la nevera y le echó un poco de leche fría. Para
terminar, se sirvió dos cucharadas de azúcar, se apoyó en la encimera contraria,
revolvió el brebaje un par de veces y lo paladeó encantada.

—Supongo que, si tu hermano me ha dicho que me podía quedar aquí sabiendo
que tú también ibas a estar, lo ha hecho porque cree que somos lo suficientemente
adultos como para poder compartir la casa sin hacernos trizas el uno al otro —
comentó Connor interrumpiendo el maravilloso momento.

Beth dio otro trago al café y sonrió con ironía.

—Pues se ha equivocado.

—Venga, Beth Ann —insistió Connor dejando su taza en la encimera,
enganchando los dedos pulgares en la cinturilla del pantalón y mirándola de frente.

Beth odiaba que la llamara así, pero disimuló porque sabía que, si Connor se
daba cuenta, lo haría única y exclusivamente para molestarla, como hacía cuando
eran pequeños.

—¿No podríamos compartir casa durante unos días? Te prometo no molestarte
si tú no me molestas a mí.

«Antes dejaría que me empalaran», pensó Beth sirviéndose otra taza de café.

—La verdad es que lo dudo mucho —contestó Beth sin molestarse en mirarlo.

A continuación, se giró y se dirigió a su habitación.

—Ya me buscaré un hotel.


Capítulo Cuatro

Connor se quedó mirándola mientras Beth salía de la habitación y no fue capaz
de decidir si había ganado o perdido aquella batalla.

Más bien, la había perdido.

Debería haber aprovechado aquella oportunidad para hablar con ella, para
decirle lo que había querido decirle la noche anterior, para sentarse con ella y hablar
de su relación, de aquella noche de hacía siete años, cuando habían hecho algo que
no tendrían que haber hecho y que había afectado sus vidas hasta el presente.

Pero se había quedado tan sorprendido al verla aparecer de repente en la cocina
que había dejado que lo confundiera y había terminado discutiendo con ella.

Lo cierto era que había sido bastante divertido.

Beth con esa especie de camisón semitransparente… con los hombros desnudos,
los pechos subiendo y bajando de manera acompasada a su entrecortada respiración
y el dobladillo de la susodicha camisola apenas cubriendo la zona de las braguitas
que esperaba que llevara.

Connor no se quería ni imaginar que no las llevara, que estuviera
completamente desnuda bajo la camisola porque ya estaba excitado con su mera
presencia.

Si supiera que no llevaba ropa interior bajo la camisola seguro que le saldría
humo por las orejas.

Tal y como estaba en aquellos momentos, no le vendría nada mal una buena
ducha fría y un ratito en una cámara frigorífica.

Beth lo había mirado por encima del hombro y le había dado a entender con su
mirada glacial que no valía más que un asqueroso chicle que se le hubiera pegado en
la suela del zapato.

Aquella mujer se había convertido en una esnob, pero no siempre había sido
así. Antes de irse a la universidad, de hecho, no era así en absoluto.

Claro que entonces había sido cuando Connor la había seducido, cuando se
había aprovechado de ella y eso le hacía temer ser responsable en cierta parte de la
mujer en la que se había convertido.

Beth era una abogada de mucho éxito que tenía bufete propio y que
probablemente ganaba más dinero en un año de lo que ganaría él en toda la vida.

Sí, pero también era una mujer fría y calculadora que había preferido dar
prioridad a su trabajo que a su familia y a su felicidad personal.

La Beth de hacía años jamás hubiera permitido que nada se interpusiera entre
ella y sus padres y su hermano, pero la Beth de hoy en día se había mudado a más
dos mil millas de distancia y no volvía a casa a menos que fuera absolutamente
inevitable.


Connor tenía muy claro que era culpa suya que Beth se hubiera distanciado
tanto de su familia, pero no tenía ni idea de qué podía hacer para arreglarlo.





—No me lo puedo creer.

Beth se puso máscara en las pestañas mientras sujetaba el teléfono móvil entre
el oído y el hombro.

En cuanto había salido de la cocina y le había dado la espalda a Connor, se
había puesto a dilucidar la manera de deshacerse de él de manera permanente.

Había pensado en volver a bajar y echarlo de su casa por la fuerza, pero había
desechado la idea porque probablemente no pudiera con él.

Ahora estaba hablando por teléfono con la agencia de viajes en la que había
comprado los billetes de avión para ver si podía adelantar su vuelo a Los Ángeles y,
de momento, estaba teniendo tanta suerte como con su intento de desayunar
tranquilamente aquella mañana.

Hablando de desayuno, el estómago no paraba de protestar, recordándole que
tenía mucha hambre, lo que no hacía sino ponerla todavía más nerviosa.

A lo mejor lo de echar a Connor de casa no era tan mala idea después de todo.

—O sea que no hay vuelo para hoy —se lamentó—. Bueno, pues búsqueme uno
para mañana, por favor —le indicó a la señorita que la estaba atendiendo.

—Lo siento mucho, pero para mañana tampoco tengo nada.

—¿Y con otra aerolínea? No me importa que cueste más, pero por favor necesitó
irme de aquí cuanto antes.

—Lo siento mucho, señora, pero no hay nada. De todas formas, me siento en la
obligación de advertirle de que la borrasca nos ha obligado a atrasar y a cancelar
muchos vuelos y puede que ni siquiera pueda usted hacer uso del billete que tenía
reservado.

Beth maldijo en voz baja y tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le
saltaran las lágrimas de rabia.

Por supuesto, se le pasó por la cabeza pedirle a la señorita que volviera a
verificar la información e incluso pensó en exigir por las malas que la aerolínea la
sacara de allí cuanto antes, pero se dio cuenta de que su estado de ánimo no era
culpa ni de la señorita que la estaba atendiendo ni de la empresa ni del tiempo.

—Muy bien, gracias —contestó de manera educada antes de colgar.

Así que no había vuelo de regreso a Los Ángeles. Ni ese día ni mañana ni, a lo
peor, durante el resto de la semana.

Desde luego, aquello no entraba en sus planes, pero también era verdad que
Beth no había llegado a donde había llegado aceptando un no por respuesta tan
fácilmente.


Volvió a su habitación, donde había dejado la maleta a medio hacer sobre la
cama deshecha, se calzó y bajó de nuevo a la planta de abajo en busca de un listín
telefónico.

No sabía dónde estaba Connor y se dijo que tampoco le importaba. A lo mejor,
con un poco de suerte había decidido irse y, si no era así, por lo menos que la suerte
la acompañara para no encontrárselo.

Muy atenta por si lo oía moverse, entró en la sala que su hermano utilizaba
como despacho y se puso a buscar.

Pronto encontró el listín en uno de los cajones de su mesa. Se sentó en la butaca
de Nick y se puso a buscar alojamiento en el directorio.

Había moteles de dos y tres estrellas y un par de hoteles decentes también. Los
mejores estaban a más de una hora de coche, pero la verdad era que le daba igual
porque a aquellas alturas de la película lo único que quería era una cama y un baño
para ella solita.

Ya había levantado el auricular y estaba marcando el primer número cuando,
de repente, se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

¿Por qué estaba llamando a la agencia de viajes e intentando buscarse otro sitio
para dormir cuando estaba en su propia casa?

Bueno, ahora era la casa de su hermano, cierto, pero ella había vivido allí en
compañía de su familia durante veinte años.

Obviamente, eso contaba más que la estrecha relación de amistad que unía a
Connor con Nick y el hecho de que él hubiera vivido en la casa de enfrente durante,
más o menos, el mismo tiempo.

Así que Beth volvió a colgar el teléfono, cerró el listín telefónico y se puso en
pie.

No, aquello no podía ser.

En un instante decidió que no era ella la que se iba a ir de aquella casa, se
pensaba quedar allí, en su habitación hasta que tuviera vuelo para volver a Los
Ángeles tranquilamente.

Con un poco de suerte eso sería el jueves, que era para cuando ella había sacado
billete. Si el tiempo no le permitiera irse antes, se quedaría allí hasta poder volver a la
Costa Oeste.

Era consciente de que no iban a ser los días más cómodos de su vida porque
tener que estar en el mismo pueblo que Connor era difícil, pero tener que estar en la
misma casa…

Aquello podía ser causa de migrañas de proporciones épicas, pero no pasaba
nada, tenía su medicación a mano, así que podría soportarlo.

Por supuesto, se había llevado el Imitrex, el ibuprofeno, las pastillas de
antiácido y todos los demás medicamentos que siempre tenía cerca para cuando su


cuerpo empezaba a protestar por las interminables horas y los insoportables niveles
de estrés que lo obligaba a aguantar.

Llevaba años diciéndose a sí misma que se había olvidado por completo de
Connor, que atrás había quedado aquel enamoramiento infantil, de aquellas fantasías
irreales de adolescente y ahora había llegado el momento de demostrarse a sí misma
que así era.

Estaba decidiendo qué plan de acción iba a seguir con él cuando el mismísimo
rey de Roma asomó la cabeza por la puerta.

Durante un nanosegundo, Beth sintió que el corazón se le subía a la garganta.

—Sigues aquí —comentó Connor.

—Sí —contestó Beth con mucha dignidad—. Y me pienso quedar, así que a lo
mejor te interesa buscarte otro sitio.

—¿Qué ha ocurrido? ¿No has podido cambiar el vuelo? —quiso saber Connor
mirándola con malicia.

Beth apretó los dientes.

No podía soportar que Connor adivinara sus pensamientos y que, para colmo,
encontrara la situación divertida.

—Por lo visto hay un frente de tormentas muy fuerte que ha hecho que el
tráfico aéreo se ralentice y, a lo mejor, no voy a poder volver a Los Ángeles el día que
tenía previsto.

—Pues vete a un hotel —propuso Connor apoyándose en el marco de la puerta
de madera.

—¿Por qué no te vas tú?

—Cierto es que nos podríamos ir cualquiera de los dos, así que la partida está
en tablas. Ya hemos hablado de esto antes y hemos llegado a la conclusión de que
ninguno de los dos se quiere ir, así que parece que no tenemos más remedio que
quedarnos aquí juntos.

A Beth no le hacía ninguna gracia admitirlo, pero Connor tenía razón. Estaban
atrapados bajo el mismo techo.

—Venga, si vamos a ser compañeros de piso durante unos días, creo que será
mejor que nos llevemos bien —dijo Connor haciéndole una señal para que lo siguiera
a la cocina—. He preparado el desayuno.

Dicho aquello, se giró y se perdió por el pasillo, dejándola a solas con la
decisión de seguirlo o no.

Beth se debatió durante un minuto más, intentando decidir si debía bajar la
guardia y comer con él o mantenerse firme e intentar evitarlo todo lo que pudiera.

El olor de las tostadas recién hechas tomó la decisión por ella.


Estaba muerta de hambre, Connor había preparado el desayuno y lo último que
iba a permitir era que aquel hombre le impidiera alimentarse cuando tenía hambre y,
además, en su propia casa.

Así que salió del despacho de su hermano, avanzó por el pasillo y llegó a la
cocina, donde encontró a Connor removiendo algo en una sartén y sirviéndolo en
dos platos.

Al sentir su presencia, Connor se giró hacia la puerta y dejó los dos platos sobre
la mesa.

—Siéntate —le indicó—. Voy por las tostadas y por las servilletas.

Beth se sentó en la silla que estaba más cerca de la pared para tener bien
vigilados todos sus movimientos y tener una vía de escape fácil en caso de
necesitarla.

Connor colocó cuatro tostadas con mantequilla en una fuente y las dejó también
sobre la mesa junto a un par de servilletas de papel.

—No me esperes, empieza.

Beth agarró el tenedor, pero se limitó a juguetear con los huevos revueltos que
tenía ante sí mientras Connor continuaba moviéndose por la cocina.

—¿Leche o zumo? —le preguntó sacando dos vasos de un armario y yendo
hacia la nevera.

Beth hubiera preferido zumo para desayunar, pero no creyó que a su úlcera le
sentara muy bien, así que se tuvo que resignar.

—Leche, gracias —contestó.

Tras llenar un vaso de leche para ella y otro de zumo para él, Connor se sentó y
sonrió.

—¿Están buenos los huevos revueltos? —le preguntó.

Fue entonces cuando Beth se dio cuenta de que todavía no los había probado.

—Ah —exclamó apresurándose a hacerlo.

Al llevarse el tenedor a la boca, una deliciosa mezcla de queso, cebolla,
champiñones, pimiento verde y huevo hizo las delicias de sus papilas gustativas.

Su entrenadora personal la habría matado si la hubiera visto desayunar así y
eso que Beth había tenido la prudencia de apartar el beicon porque era vegetariana.

Lo cierto era que aquellos huevos revueltos estaban deliciosos. Por supuesto, no
lo iba a admitir delante del cocinero.

—Están muy buenos —contestó de manera neutral, limpiándose las comisuras
de los labios con la servilleta.

—Me alegro de que te gusten —dijo Connor dando buena cuenta de su
desayuno.


Por la velocidad a la que comía, cualquiera hubiera dicho que llevaba una
semana sin comer. Beth comía más despacio, percibiendo el silencio que se había
instalado entre ellos como un terrible peso en el corazón.

—No sabía que supieras cocinar —murmuró cuando ya no pudo soportarlo
más.

Connor dio un trago al zumo de naranja y sacudió la cabeza.

—Lo cierto es que no cocino mucho, solo sé hacer lo justo para ir tirando.

—Supongo que eso será porque Laura-Lori-Lisa se ocupa de cocinar —comentó
Beth con acidez arrepintiéndose al momento de haber hablado así.

—¿Laura-Lori-Lisa? —preguntó Connor enarcando una ceja.

Beth se encogió de hombros, decidida a no mostrarse avergonzada por su
comentario.

—No sé cómo se llama, solo que empieza por ele.

—Se llama Lori —contestó Connor—. No, a Lori tampoco le gusta demasiado
cocinar, así que solemos salir o pedir comida desde casa. ¿Y tú? ¿Qué comes en Los
Ángeles?

—Desde luego, no como huevos con beicon —contestó Beth relajándose ante el
curso que tomaba la conversación—. Como mucho tofu, batidos de proteínas,
ensaladas y muchas cosas crudas.

—¿Carne humana, por ejemplo? —bromeó Connor.

Beth no pudo evitar sonreír.

—No seas pervertido —contestó.

Connor también sonrió.

—No, en la Costa Oeste hay una gran tendencia crudívora, tenemos mucho
cuidado con lo que comemos, yo solo compro alimentos ecológicos. Hay cosas
maravillosas. Lo último que he descubierto son unas hamburguesas vegetales de
guisantes con zanahorias y coco que están de muerte.

—Madre mía, lo que no sé es cómo estás viva comiendo eso.

—No seas exagerado.

—¿No deberías comerte un par de buenas hamburguesas antes de volver? Lo
digo por la proteína y esas cosas…

—Eso es lo que decís todos los que coméis carne. Los que no comemos proteína
animal, tenemos mucho cuidado de sustituirla con proteína vegetal, sabemos mezclar
la legumbre con el arroz integral y obtener así proteína de alta calidad biológica.
Estoy perfectamente sana, no te preocupes.

—Te creo porque tienes un aspecto maravilloso —contestó Connor
sinceramente.


—Lo cierto es que tengo mucha fuerza de voluntad, cuido mucho mi
alimentación y suelo salir a correr a menudo —le explicó Beth.

—¿Vas a salir a correr hoy también?

—A lo mejor, sí —contestó Beth.

Sin embargo, al mirar por la ventana vio que amenazaba tormenta y decidió
que salir a correr no era lo que más le apetecía en aquellos momentos.

—Había pensado que, a lo mejor, podríamos hablar después de desayunar —
aventuró Connor.

Beth sintió que el corazón se le aceleraba y que la sangre se le helaba en las
venas. No tenía ni idea de por qué Connor insistía tanto en querer hablar con ella,
pero lo cierto era que ya iba la segunda vez que se lo proponía.

Beth sintió náuseas ante el miedo que le daba que Connor sacara a relucir
aquello que había sucedido entre ellos en el pasado y que se abriera una herida que
en ella había cicatrizado hacía mucho tiempo.

Beth tragó saliva para intentar ganar tiempo y ordenar sus emociones.

—¿De qué quieres que hablemos?

Connor se limpió la boca y dejó la servilleta sobre el plato vacío. A
continuación, extendió los brazos sobre la mesa y la miró a los ojos.

—De aquella noche —contestó en voz baja.

Beth sintió que se quedaba sin aire, que le costaba respirar.

¿Por qué demonios se empeñaba aquel hombre en hablar ahora de aquello?
¿Por qué después de tanto tiempo?

—¿De qué noche? —contestó intentando disimular.

—Sabes perfectamente de qué noche, Beth, aquella noche después del partido
de fútbol.

Beth se rio sin ganas.

—Madre mía —suspiró—. ¿Y por qué sacas ahora aquello a relucir cuando ha
pasado una eternidad? Creía que ya te habrías olvidado de eso. Yo, desde luego, ni
me acordaba.

Connor se quedó en silencio asimilando su comentario, se le ensombreció la
mirada y una mueca de disgusto se dibujó en sus labios.

—Vaya, pues yo es algo en lo que suelo pensar constantemente.

Beth no supo cómo asimilar aquella información. ¿Debía sentirse halagada,
enfadada o curiosa?

De momento, se sentía helada.

Así que Connor pensaba constantemente en aquello, ¿eh? Pues lo había
disimulado muy bien en el momento porque ni siquiera se había dignado a llamarla
por teléfono.


No la había llamado a la mañana siguiente, ni durante la semana siguiente.
Nada. Beth hubiera preferido cualquier cosa, que la hubiera sentado frente a sí y le
hubiera dicho que no estaba interesado en ella, lo que hubiera sido, cualquier cosa
habría sido mejor que la indiferencia.

Aquella indiferencia que los había llevado a estar casi diez años evitándose,
fingiendo, negando que había sucedido algo entre ellos.

Y ahora… bueno, Beth no tenía ningún interés en que Connor sacara todo
aquello a relucir.

Ya había tenido su oportunidad siete años atrás y no la había aprovechado.

—¿Por qué sacas esto a colación ahora, después de tanto tiempo? —le preguntó
llevando su plato y su vaso al fregadero.

Connor se giró hacia ella.

—Porque nunca hemos hablado de ello antes y es obvio que ha dañado nuestra
relación.

—Nosotros no tenemos ninguna relación —rio Beth.

—Claro que la tenemos, Beth —contestó Connor poniéndose en pie y yendo
hacia ella.

A Beth, que estaba apoyada en la cimera de frente a él, le entraron ganas de
salir corriendo, pero se dijo que debía controlarse y no mostrar sus reacciones
internas.

—Todo el mundo tiene relación con los demás, desde las parejas casadas a las
cajeras con sus clientes. Eres la hermana de mi mejor amigo, eres casi como de mi
familia, así que por supuesto que tenemos una relación. No he querido decir que
tuviéramos nada íntimo, tranquila.

—Bien —fue lo único que Beth fue capaz de contestar.

—Pero aquella noche sí lo tuvimos, ¿no? —murmuró Connor.

Beth se negaba a recordar las sensaciones de aquella noche y, mucho menos,
delante de él.

—Fue solo una vez, Connor, y hace mucho tiempo, así que no le des más
importancia de la que tiene.

—Yo no sé la daría si tú no se la dieras, pero es obvio que se la das porque, de lo
contrario, no llevarías tantos años evitándome.


 Capítulo Cinco

—Yo no te evito.

Lo había dicho con voz firme, pero era obvio que estaba mintiendo y Connor
era consciente de ello hacía mucho tiempo.

No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que, cuando él entraba en un
sitio, ella se iba con cualquier excusa o simplemente se iba sin decir nada y eso era
por algo. Por supuesto, entendía el comportamiento de Beth porque siete años atrás
se había comportado como un auténtico canalla con ella.

Aunque en aquel entonces contaba ya veintiséis años y se suponía que debía ser
un hombre maduro, no había sabido llevar bien la situación.

Para empezar, se había aprovechado de una chica de veintiún años y había
dejado que sus hormonas tomaran el mando de sus acciones, dando rienda suelta a
sus deseos largamente reprimidos.

Connor no creía que pudiera perdonarse nunca a sí mismo por su
comportamiento y aquello lo estaba devorando vivo.

¿Y qué había hecho luego? La había dejado en casa y no le había vuelto a hablar.
No la había llamado al día siguiente para ver cómo estaba ni se había pasado por su
casa para hablar con ella.

No, se había comportado como un cobarde, la había evitado y no se había
vuelto a acercar a su casa hasta que no supo que había vuelto a la universidad.

Entonces, había tomado la decisión de no hablar del tema si ella no lo hacía y le
había parecido el plan perfecto, pero lo cierto era que aquel plan le había estallado en
la cara porque lo único que había conseguido había sido que su relación se
enrareciera.

Con el tiempo, se habían evitado y se habían distanciado, ya ni siquiera se
atrevían a mirarse a los ojos ni a sonreírse ni a bromear como en los buenos tiempos.

Connor se odiaba por ello, se odiaba porque su libido y su falta de control
habían hecho que Beth pusiera entre ellos un muro como la Gran Muralla China.

—¿Ah, no? ¿Y cómo llamarías a lo que hemos estado haciendo estos últimos
siete años?

—No sé de qué me estás hablando.

—Claro que lo sabes. Antes, cuando entraba en tu casa, corrías escaleras abajo
para verme, me pedías que me quedara a ver una película o que te llevara a la tienda
a comprar una revista.

Después de lo que sucedió aquella noche en mi coche, cuando venía a tu casa,
salías corriendo. Incluso te fuiste a vivir a California para tener la excusa perfecta
para no aparecer por aquí.


—No digas tonterías —contestó Beth intentando reírse—. Me fui a vivir a
California porque quería convertirme en abogada especializada en el mundo del
espectáculo y todos sabemos que la capital de ese mundo está en California.

—¿De verdad? —dijo Connor dando un paso hacia ella—. ¿Acaso no elegiste
especializarte en el mundo del espectáculo precisamente para poder irte porque
sabías que jamás podrías especializarte en esa rama aquí?

Beth se cruzó de brazos sin darse cuenta de que, al hacerlo, se le abría la blusa.
Connor sí se dio cuenta y no pudo evitar quedarse mirando durante unos segundos
su maravilloso escote, pero se apresuró a levantar la mirada por miedo a que Beth lo
sorprendiera.

—Soy muy buena en mi trabajo, Connor, y me encanta vivir en Los Ángeles. En
cualquier caso, no tengo que justificarme ante ti.

Por supuesto, en eso tenía razón, pero Connor no podía ocultar su curiosidad.

—Ahora, si has terminado de sacar a relucir incidentes del pasado que no
tienen ninguna relevancia en el presente, creo que sería bueno que estableciéramos
algunas normas para el tiempo que tengamos que vivir juntos.

—¿Qué tienes en mente? —contestó Connor cruzándose de brazos también,
imitando su posición defensiva e intentando no reírse.

—Para empezar, tengo prioridad en el baño por las mañanas.

—¿Y eso por qué?

—Porque soy chica.

—¿Acaso esa defensa sería válida ante un tribunal? —sonrió Connor.

—No tengo ni idea porque no suelo ir a juicio nunca, pero, en cualquier caso,
todos sabemos que las mujeres necesitamos más tiempo en el baño que los hombres.

—En eso te doy la razón —contestó Connor recordando los tres años que había
vivido con Lori—. Sin embargo, esta mañana yo me he despertado una hora antes
que tú, así que, ¿qué se supone que debo hacer, esperar a que tú te despiertes para
poder utilizar el baño?

—No, si te despiertas antes que yo, puedes pasar tú antes —contestó Beth.

—¿Algo más?

—Sí, las comidas. Has hecho el desayuno esta mañana y te lo agradezco mucho,
pero no quiero que sirva de precedente. No te sientas obligado a cocinar para mí
porque yo no me siento en absoluto obligada a cocinar para ti. Si a uno de los dos le
apetece cocinar y quiere invitar al otro, muy bien, pero no hay obligaciones.

—Me parece bien, pero, ¿qué me dices si uno de nosotros quiere pedir algo por
teléfono? ¿Debe hablar con el otro antes de pedir una pizza o comida china o debe
hacerlo en absoluto secreto como si fuera una misión encubierta?

—Muy gracioso —contestó Beth—. Creo que sería de buena educación
consultarlo con el otro, pero que cada uno haga lo que quiera.


—¿Algo más?

Beth se quedó pensativa unos instantes.

—Ahora mismo no se me ocurre nada más, pero podemos ir poniendo normas
sobre la marcha.

—Muy bien —contestó Connor metiéndose las manos en los bolsillos—. ¿Quién
friega los platos?

—Tú —contestó Beth sin inmutarse.

Acto seguido, se giró y salió de la cocina.

Connor se quedó mirando el vaivén de sus caderas y, una vez a solas, chasqueó
la lengua y comenzó a fregar los platos.





Viendo que estaba obligada a quedarse en Crystal Springs durante unos días,
Beth decidió llamar a sus amigas de allí para ver qué tal estaban.

Lo cierto era que la mayor parte de ellas también se habían ido, pero todavía
quedaban algunas viviendo allí.

Le daba vergüenza admitírselo a sí misma, pero lo cierto era que en aquellos
años había estado a punto de perder el contacto con Jackie y con Gail porque siempre
estaba muy atareada con el trabajo y no tenía tiempo de llamarlas a menudo.

Afortunadamente, ninguna de sus amigas parecía haberse enfadado por ello y
ambas se mostraron tan alegres y receptivas como siempre cuando las llamó por
teléfono.

De hecho, no perdieron tiempo en proponer que quedaran el miércoles por la
noche para ir al Longneck, el bar local.

Beth llevaba años sin salir, probablemente desde que se había ido a vivir a Los
Ángeles.

Por supuesto, en aquella ciudad había miles de bares y de discotecas, pero
siempre que los había frecuentado había sido por motivos de trabajo.

El único problema era que necesitaba que alguien la llevara porque, aunque
Jackie trabajaba media jornada como recepcionista en el ambulatorio y se había
ofrecido a pasar a buscarla, tenía cuatro hijos y Beth sabía por otras conversaciones
que el único coche que tenían estaba lleno de juguetes y bolsas de pañales así que,
aunque su marido no necesitara el coche aquella noche, a Beth no le apetecía nada ir
oliendo a leche y a patatas fritas.

Y Gail, que estaba casada pero no tenía hijos, trabajaba hasta las siete de la tarde
y, aunque les había asegurado que no le importaba nada ir a buscarlas a las dos
después de haberse pasado por casa para ducharse y cambiarse de ropa, decidieron
que se les hacía muy tarde porque llegarían al bar a las nueve de la noche como
mínimo y eso quería decir que no se irían hasta después de las doce y a Jackie se le
hacía tarde por los niños.


En consecuencia, lo mejor era que Beth encontrara la manera de acercarse al bar
por sus propios medios.

Pensó en alquilar un coche y la idea no le pareció mal porque así tendría un
vehículo de transporte independiente mientras anduviera por allí, pero la agencia de
alquiler de coches estaba a tres cuartos de hora de Crystal Springs, así que, de todas
maneras, le iba a tener que pedir a alguien que la acercara.

Por mucho que le molestara, le iba a tener que pedir a Connor que la acercara el
miércoles por la noche al lugar donde había quedado con las chicas.

Después de cómo se habían despedido hacía un rato, la idea le hacía tanta
gracia como pegarse un tiro.

Beth se dirigió a la cocina creyendo que lo encontraría allí, pero la estancia
estaba vacía y los platos fregados secándose junto al fregadero.

No había ni rastro de Connor, así que Beth se dirigió al salón y al comedor, pero
tampoco lo encontró allí.

Subió las escaleras pensando que, a lo mejor, había ido a echarse un rato. Al
final, lo encontró en la antigua habitación de Nick.

—Hola —le dijo Connor con una caja que contenía los trofeos de su hermano en
las manos.

—¿Qué haces?

—¿Tú sabes si Nick y Karen quieren hacer algo con esta habitación? —contestó
Connor.

Beth miró a su alrededor. La antigua habitación de Nick no se utilizaba hacía
muchos años y había pasado a convertirse en el trastero de la casa, así que su aspecto
no era precisamente el mejor.

—No, no tengo ni idea. ¿Por qué?

—Porque se me ha ocurrido que podría ser una habitación muy bonita para un
bebé.

Aquel comentario por parte de Connor pilló a Beth completamente por
sorpresa.

—Huele un poco mal, ¿no?

—Debe de ser que tu hermano se dejó algunos calcetines sudados por ahí —
contestó Connor chasqueando la lengua—. Se me había ocurrido que quitando la
moqueta, que está muy vieja, pintando las paredes y poniendo unas cortinas bonitas
y muebles de bebé la habitación parecería otra —le explicó a continuación—. ¿No te
parece que sería un regalo maravilloso para cuando volvieran a casa?

—¿Y quién se va a encargar de todo eso?

—¿Olvidas que tu hermano y yo tenemos una empresa de reformas?
Reemplazar la moqueta no cuesta nada y pintar las paredes se hace en un periquete.


Beth se encogió de hombros aunque sabía a ciencia cierta que a su hermano y a
su cuñada les encantaría volver a casa y encontrarse con una habitación que iban a
necesitar en breve.

—Además, había pensado que tú me podrías echar una mano —añadió Connor
de repente.

Oh, no.

Aquello era demasiado pedir.

Una cosa era que Connor quisiera reformar la habitación y otra que la metiera a
ella en aquel berenjenal.

No, la verdad era que no le apetecía nada tomar parte en la construcción de una
habitación para un bebé.

—No, gracias —contestó sinceramente.

—¿Por qué no? Lo harías fenomenal. Me podrías ayudar a decidir el color de la
pintura, las cortinas, las cenefas de papel, la cuna, el cambiador y esas cosas. Yo no
entiendo nada de cosas de niños pequeños.

¿Y acaso ella sí?

Beth tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le saltaran las lágrimas.

—¿Es que acaso esta semana no tienes que trabajar? —preguntó para intentar
disimular su zozobra.

—Sí, pero tengo tiempo libre porque ésta es la época del año en la que menos
trabajo entra. Lo que tenemos lo pueden hacer los chicos sin mí perfectamente —le
explicó—. Es una de las cosas buenas que tiene tener tu propia empresa —sonrió.

Beth no contestó.

—Necesito que me ayudes, Beth, de verdad.

Quiero tenerlo hecho para cuando tu hermano y Karen vuelvan y a mí solo no
me va a dar tiempo.

Aquello era lo último que le apetecía a Beth, pero sabía que a Nick y a su
cuñada les encantaría aquella sorpresa y, además, pronto sería tía, así que más le
valía irse acostumbrando a la idea de tener un bebé cerca.

Beth tragó saliva y asintió por fin.

—Está bien —accedió—. La verdad es que no tengo nada mejor que hacer.

Connor no se ofendió ante sus palabras aunque lo cierto era que Beth hubiera
preferido que lo hubiera hecho porque una buena discusión la habría ayudado a
olvidar ciertos recuerdos dolorosos.

—La ferretería está cerrada los domingos y todo lo demás va a cerrar dentro de
un rato, así que yo creo que lo que deberíamos hacer hoy es una lista. ¿Me ayudas?

—No, hazla tú y ya le echo yo mañana un vistazo —contestó Beth, que quería
estar a solas para no recordar el pasado.


—Muy bien.

—Por cierto, Connor, el miércoles por la noche he quedado con mis amigas en
el Longneck y te quería preguntar si me podrías llevar —dijo Beth antes de irse—.
Por supuesto, si tienes otros planes o te viene mal, puedo alquilar un coche o
pedírselo a otra persona.

—No, no hay problema —contestó Connor—. Hace una eternidad que no me
paso por allí, así que me parece buena idea tomarme algo y ver a la gente un rato.
Dime a qué hora quieres que nos vayamos y ya está.

—Muy bien, muchas gracias.

Connor sonrió encantador y salió de la habitación, dejando a Beth a solas con
sus dolores y sus recuerdos, lamentándose por haber accedido ante la petición de sus
padres a quedarse unos días después de la boda, recriminándose el no haber salido
corriendo de aquella casa para no tener que compartirla con él.

Dormir en la calle habría sido mejor que tener que soportar aquel terrible dolor
que se había apoderado de su cuerpo por completo.

Y la única culpable era ella.





Beth esperó a que Connor estuviera en el salón, confortablemente instalado en
el sofá, con los pies encima de la mesa, confeccionando su lista mientras tomaba una
cerveza sin alcohol y veía algo en el canal de deportes para entrar a hurtadillas en la
cocina en busca de una botella de vino.

Volvió a subir, se metió en su habitación y se preparó un baño de espuma.
Mientras la estancia comenzaba a oler a lavanda, se desnudó, se sirvió una copa de
vino y se metió en el agua.

El paraíso.

Beth se dijo que debía relajarse e intentar no pensar en Connor, así que comenzó
a pensar en la preciosa boda de su hermano, en la cara de alegría de sus padres cada
vez que iba a verlos y en la cantidad de trabajo que la esperaba cuando volviera a Los
Ángeles.

Poco a poco, efectivamente, comenzó a relajarse pero, justo cuando estaba a
punto de quedarse dormida, apareció el rostro de Connor en una nebulosa y el
pasado se apoderó de su mente.


Capítulo Seis

Beth tenía de nuevo veintiún años y estaba en su último año de universidad,
tenía suficiente edad para beber y se sentía muy segura de sí misma e invencible.

Lo más importante era que estaba enamorada y, por fin, después de tantos años
de soñar y de desear, ahora estaba convencida de que él también estaba enamorado
de ella.

Había vuelto a Crystal Springs para pasar el fin de semana y ver a sus padres y
había terminado yendo a un partido de fútbol con su hermano, su novia y Connor.

Después del partido, se había ido con Connor a tomar algo y había terminado
haciendo el amor con él. La primera vez había sido en un coche, pero a Beth le daba
exactamente igual porque le había parecido absolutamente perfecto.

Desde entonces, no dejaba de sonreír. Incluso sus amigas se habían dado cuenta
y no paraban de preguntarle por los detalles.

Sin embargo, Beth no les contaba nada porque la experiencia era demasiado
nueva para ella, demasiado especial, demasiado íntima y personal. Era algo que
había compartido con Connor, era algo de los dos y quería que siguiera siéndolo
durante un tiempo.

Sin embargo, unos días después de la vuelta a la universidad tras aquel fin de
semana, su felicidad había comenzado a evaporarse porque creía que Connor la iba a
llamar y no había sido así.

La siguiente vez que llamó a casa, habló con su hermano e intentó enterarse
sutilmente de si Connor había preguntado por ella, pero Nick no parecía saber nada
y Beth no quiso que sospechara.

Así que se dijo que Connor la llamaría tarde o temprano, pero los días fueron
pasando, se convirtieron en semanas y Connor nunca llamó.

Entonces, un día Beth comenzó a tener náuseas, pero no se extrañó porque todo
el campus andaba con una gripe gastrointestinal.

Sin embargo, cuando todos sus amigos se curaron y ella no, se dio cuenta de
que estaba embarazada.

Estaba embarazada de Connor.

Aquello la dejó de piedra, por supuesto.

Solamente le quedaban unos meses de estudios, pero, ¿cómo iba a ejercer la
abogacía con un recién nacido a su cargo? ¿Cómo se lo iba a contar a Connor? ¿Qué
dirían sus padres cuando se enteraran?

Sin embargo, tampoco pudo evitar preguntarse si la maternidad no sería
maravillosa y si, al enterarse de que iba a ser padre, a Connor no le parecería una
idea estupenda casarse cuanto antes.


Sí, Beth comenzó a soñar despierta con la posibilidad de casarse con Connor e
irse a vivir a una casita a Crystal Springs, donde podría dar a luz a su hijo
tranquilamente, terminar sus estudios y buscar trabajo en algún bufete de la zona.

Su más alta aspiración en la vida había sido siempre casarse con Connor y
formar una familia con él, así que tampoco pasaba nada por empezar antes de lo
previsto.

Sí, tenía que volver a casa cuanto antes y contárselo a Connor. Así, él tendría
oportunidad de explicarle por qué no se había puesto en contacto con ella porque,
por supuesto, tenía que haber una explicación lógica.

Aquella idea la animó profundamente y Beth siguió con su vida normal hasta
que una mañana, mientras se estaba vistiendo para ir a clase, sintió un terrible dolor
en el bajo vientre y, al pasar al baño, comprobó que estaba sangrando.

Sin importarle que sus amigas se enteraran de que estaba embarazada, salió a
pedirle a su compañera de habitación que la llevara al hospital.

Demasiado tarde.

Había perdido el bebé.

Después de aquello, Beth se pasó semanas llorando, las notas empezaron a
flojear porque no iba a clase y suspendía los exámenes y, aunque sus amigas
intentaban consolarla, se sumió en una profunda depresión.

Entonces, comenzó a culpar a Connor de todo lo que le estaba sucediendo por
haberle arrebatado su virginidad sin inmutarse y haberla dejado sola con las
consecuencias.

Se conocían de toda la vida y aquel canalla no había tenido la delicadeza de
llamarla ni una sola vez por teléfono.

¿Acaso no se le había pasado por la cabeza que podía haber quedado
embarazada y necesitaba su apoyo?

No, típico de los hombres, que solamente buscaban placer y huían de la
responsabilidad.

Aunque no había tenido tiempo de contarle a Connor que estaba embarazada,
Beth empezó a culparlo también del aborto porque, de haber estado a su lado, habría
podido llevarla al hospital y el niño se habría salvado o habría vuelto a Crystal
Springs con él hacía semanas y no habría tenido que seguir soportando un horario de
clases agotador.

Aunque hubiera perdido al bebé de todas maneras, se habrían dado apoyo el
uno al otro y hubieran estado juntos, quizás planeando tener otro hijo en el futuro.

Pero no, Beth estaba sola y pasándolo fatal y todo era culpa de Connor.

* * *


Unos nudillos golpeando en la puerta del baño sacaron a Beth de su vigilia y se
dio cuenta de que estaba llorando. Aun en sueños, echaba de menos al niño que
había perdido hacía un montón de años.

—Beth, ¿estás bien? —dijo Connor al otro lado de la puerta.

—Sí, estoy bien —contestó Beth con voz trémula.

—¿Seguro? Me ha parecido oírte llorar…

Beth puso los ojos en blanco, salió de la bañera, se secó rápidamente y se
envolvió en una toalla para, a continuación, abrir una rendija la puerta.

—Connor, estoy bien, de verdad —le aseguró.

—Estás muy pálida —dijo Connor mirándola a los ojos.

—Será porque me he quedado dormida en la bañera y el agua se ha quedado
fría —mintió Beth—. Me voy a vestir y ya salgo, no sea que necesites el baño.

—No, simplemente estaba preocupado por ti.

Beth no supo qué contestar, así que asintió y cerró la puerta.

Diez minutos después, salió del baño perfectamente peinada y luciendo un
camisón amarillo a juego con una bata del mismo color.

Sorprendentemente, se encontraba mejor que hacía un rato. Normalmente, solía
intentar no pensar en aquellas cosas que habían sucedido siete años atrás, pero, al
estar en Crystal Springs y junto a Connor, le había resultado imposible.

Beth bajó a la cocina y se sirvió una segunda copa de vino. A continuación, se
fue al salón, donde estaba Connor. Podría haber elegido no hablar con él, quedarse
en su habitación y no verlo hasta el día siguiente, pero, por una vez en su vida, sus
recuerdos no le hacían culpable del embarazo y del aborto.

Por primera vez en su vida, se le ocurrió que, tal vez, cargarlo con aquella
inmensa culpa no era justo.

Sí, era cierto que la había dejado embarazada y que nunca la había llamado
cuando debería haberlo hecho, pero podría haberlo llamado ella y, en realidad,
tendría que haberlo hecho nada más enterarse de que estaba embarazada.

Por supuesto, Beth no le iba a hablar ahora del embarazo y del aborto,
probablemente no lo hiciera nunca, pero decidió que tampoco era mala idea sentarse
con él y charlar un rato.

Lo cierto era que no se había comportado precisamente de manera agradable
desde que se habían vuelto a ver.

Aunque el camisón le llegaba por la mitad del muslo, Connor, no le miró las
piernas cuando se sentó a su lado en el sofá.

—Iba a pedir una pizza —le dijo—. ¿Te apuntas?

—Sí —contestó Beth.


Connor se levantó y fue hacia el teléfono, momento que aprovechó Beth para
disfrutar de la vista.

«Desde luego, qué bien le quedan los vaqueros», pensó Beth.

Tras hacer el pedido, Connor volvió a sentarse en el sofá y, cuando alargó la
mano para dar un trago a su cerveza, Beth le sirvió una copa de vino.

Connor se quedó mirándola sorprendido, probablemente preguntándose si no
le habría puesto veneno dentro. Desde luego, tal y como se había comportado con él
desde que se habían vuelto a ver, no era para menos.

—¿Qué celebramos? —preguntó aceptando la copa.

—Nada especial —contestó Beth echándose hacia atrás en el sofá y poniendo los
pies sobre la mesa, al igual que él—. Simplemente, te quería dar las gracias por
preocuparte por mí antes.

—No me gustaría que mi mejor amigo volviera a casa y se encontrara con que
su hermana se ha ahogado en la bañera.

Aquello hizo sonreír a Beth.

—La verdad es que no creo que fuera muy agradable darle la noticia. Aunque lo
cierto es que me sorprende que, tal y como te he venido tratando, todavía te
preocupes por mí en lugar de haberme estrangulado.

Connor sonrió.

—La verdad es que se me ha pasado por la cabeza, pero me he controlado
porque no me apetece mucho tener antecedentes criminales.

—Menos mal.

A continuación, se hizo un silencio entre ellos que resultó ser un silencio
cómodo y agradable durante el cual ambos disfrutaron de su vino.

Hacía una eternidad que Beth no tenía unos momentos de serenidad como
aquéllos, aquello no tenía nada que ver con su vida en Los Ángeles, donde no paraba
de correr estresada de un sitio para otro.

Allí, nunca tenía tiempo de sentarse y disfrutar del momento y, si lo tenía, era
sola, no en compañía de un hombre guapo que prefería beber cerveza a un Martini y
comer pizza antes que zambullirse en la nouvelle cuisine.

Además, le gustaba saber que a Connor le daba exactamente igual la ropa que
llevara, que el maquillaje estuviera correcto o no o que fuera mejor o peor peinada.

Aunque llevaba casi diez años evitándolo desesperadamente, lo cierto era que
con él era ella misma.

Connor la había visto con las rodillas llenas de heridas, con chicles en el pelo,
llorando como una loca cuando un coche atropelló a su gato y la había ayudado a
enterrar a Zoey en el jardín.

Incluso la había visto vomitar los macarrones a la edad de nueve años en la
cafetería del colegio y había sido el único, junto con su hermano, que no se había


reído sino que le había pasado el brazo por los hombros, la había acompañado la
enfermería y había esperado con ella hasta que su madre había ido a buscarla.

En la adolescencia, se había convertido en su héroe y, para ser sincera consigo
misma, lo seguía siendo. Era un héroe imperfecto, sí, pero un héroe al fin y al cabo.
Todo el mundo tenía derecho a cometer unos cuantos errores en la vida, ¿no?

Beth dio otro trago de vino y echó la cabeza hacia atrás. Desde luego, tenía que
estar muy relajada si se le estaba pasando por la cabeza la posibilidad de perdonarlo.

—¿Te has preguntado alguna vez qué habría ocurrido si no nos hubiéramos
criado juntos? Quiero decir, ¿qué habría ocurrido si nos hubiéramos conocido aquella
noche? —dijo Connor de repente sacándola de sus pensamientos.

Sorprendentemente, Beth no sintió como un puñetazo en la boca del estómago
ni se le tensaron todos los músculos del cuerpo, pero sí dio otro trago al vino y se
obligó a relajarse mentalmente.

Era obvio que Connor necesitaba hablar de aquello, lo había intentado ya varias
veces, así que Beth decidió darle una oportunidad aunque lo cierto era que no sabía
si iba a poder resistirlo.

—No sé si te entiendo muy bien —contestó mirándolo.

—Para mí, Beth, siempre has sido como mi hermana. Ya sé que eres hermana de
Nick, pero nos hemos criado juntos y tu familia prácticamente me adoptó, así que
para mí también eras mi hermana —le explicó Connor sonriendo con tristeza—. Sin
embargo, los dos sabemos que no me comporté contigo como si fueras mi hermana
aquella noche en mi coche y llevo años queriendo pedirte perdón por ello.

Beth sintió que el corazón se le encogía y percibió cómo la ira de siempre
intentaba abrirse camino, pero consiguió controlarla.

—¿Por qué me quieres pedir perdón? Si mal no recuerdo, no fuiste tú el único
que hizo cosas aquella noche en aquel coche.

—Me aproveché de ti —contestó Connor—. Tú eras joven y estabas confusa y…
además eras virgen. Yo tenía más edad y más experiencia que tú y debería haber
parado la situación antes de haber pasado a mayores.

Aquello hizo reír a Beth.

—Connor, puedes dormir tranquilo, nunca te he guardado rencor por haberme
desvirgado. Te aseguro que no me habría acostado contigo si no hubiera querido.

—Aun así, no me parece correcto por mi parte lo que hice —insistió Connor—.
Tus padres siempre me trataron como a un hijo, confiaban en mí y en que siempre
cuidaría de ti y te protegería, no en que me aprovecharía de ti.

—Connor, no te aprovechaste de mí —insistió Beth—. Connor, estaba
enamorada de ti desde los trece años —añadió en un hilo de voz.

Le había costado admitirlo, pero no le parecía justo que Connor siguiera
viviendo con aquella culpa injustificada. Merecía saber la verdad.


—No me creo que no te dieras cuenta —continuó—. Estaba completamente
enamorada de ti, iba detrás de mi hermano y de ti a todas partes como un perrito,
escribía «señora de Connor Riordan» en todos mis cuadernos y hacía todo lo que
podía para llamar tu atención. Aquella noche, quise acostarme contigo y planeé la
situación tal y como ocurrió.

Connor se incorporó y se quedó mirándola fijamente.

—No tenía ni idea —dijo al cabo de un rato.

A continuación, se pasó los dedos por el pelo.

—Y te aseguro que me hubiera gustado saberlo porque yo sentía exactamente lo
mismo por ti.

La sorpresa y la incredulidad se apoderaron de Beth, que sintió un repentino
mareo y una sensación como de estar flotando fuera de su cuerpo.

Aquello no podía estar sucediendo. Debía de ser que seguía dormida en la
bañera, pero Connor volvió a hablar para sacarla de su confusión.

—Me encantabas, pero me decía una y otra vez que éramos como hermanos y
que no debía sentirme atraído por ti —confesó—. Pero no lo podía evitar. Te aseguro
que lo intenté, intenté controlar mi atracción por ti, pero nunca lo conseguí. Cuando
te veía en el colegio o por ahí, o cuando venía a tu casa a ver a tu hermano y estabas
tú no podía dejar de mirarte y de desearte y, entonces, aquella noche después del
partido no pude controlarme por más tiempo porque llevaba una eternidad
queriendo hacer el amor contigo.

Beth llevaba años creyendo que Connor se había acostado aquella noche con
ella única y exclusivamente porque era hombre y le había apetecido estar con una
mujer, daba igual quién, y ahora resultaba que no, que él también se había sentido
atraído por ella durante mucho tiempo.

Aquello era demasiado.

—No me lo puedo creer —murmuró Beth.

Connor se acercó a ella y sus piernas se rozaron. A continuación, Connor
deslizó la mano a la altura de su rodilla y comenzó a acariciarla formando círculos
con el pulgar.

—Sentíamos lo mismo el uno por el otro y no nos dimos cuenta —murmuró
mirándola a los ojos.

A continuación, deslizó su mirada hasta los labios de Beth, que los sintió tan
secos que los recorrió con la lengua para humedecerlos.

—¿Y sabes qué? —añadió Connor en un tono de voz que hizo que Beth que se
estremeciera—. Te sigo deseando.


 Capítulo Siete

En cuanto sus bocas se tocaron, los años que habían transcurrido se evaporaron
y todas las fantasías que Connor había tenido en la vida sobre Beth inundaron su
mente.

Sentía sus labios cálidos, su lengua juguetona, sabía a vino y a algo más, a algo
que era única y exclusivamente de ella.

Connor deslizó la mano bajo el sexy camisón y acarició la suavidad de sus
piernas. Beth parecía tan entregada al beso como él pues lo había agarrado de la nuca
y jugaba con su pelo mientras lo besaba.

Connor se apretó contra ella.

Qué bien olía.

Sentía sus pezones a través de la tela que separaba sus cuerpos y se moría por
sentirlos en la boca y en la palma de las manos.

Connor abandonó su boca para rendir homenaje a su mejilla, a su pómulo y al
lóbulo de su oreja.

Beth se apretó contra él, ronroneando de placer y subió una pierna para
abrazarlo de la cintura, lo que provocó que el deseo de Connor, que ya se había
disparado, resultara incontrolable.

Se apretó todavía más contra ella, deseando estar desnudo ya para encontrarse
en el interior de su cuerpo cuanto antes.

Connor se afanó en besarla por el cuello y en ir hacia el escote, bajando hasta
sus pechos para besarla y succionarle los pezones a través del camisón hasta hacerla
gritar de placer.

Connor la deseaba como nunca y necesitaba hacerla suya cuanto antes.

Ahora.

Antes de que Beth cambiara de opinión.

Como si Beth le hubiera leído el pensamiento, las manos de ambos se dirigieron
a la cremallera de los vaqueros de Connor, lo que hizo que se miraran a los ojos y
sonrieran.

En un segundo, la cremallera estaba bajada y la mano de Beth sobre su erección.

En ese momento, llamaron al timbre.

Connor sintió que el corazón se le caía a los pies y pensó en seguir besándola
como si no hubiera oído la puerta con la esperanza de que Beth se hiciera también la
tonta, pero, al mirarla de nuevo a los ojos, vio que la pasión había comenzado a
retirarse de ella.


No era que Beth estuviera horrorizada, pero, desde luego, parecía haber vuelto
a la realidad y Connor no creyó que estuviera dispuesta a tirarse el suelo para
terminar lo que habían comenzado.

Volvió a sonar el timbre.

—Será la pizza —aventuró Beth.

—Sí —contestó Connor mirándose en aquellos ojos azules e intentando
controlar su respiración entrecortada.

El repartidor volvió a insistir.

—Ya voy —ladró Connor poniéndose en pie y saliendo del salón.

Al abrir la puerta, se encontró con un adolescente que, efectivamente, le entregó
una pizza y se fue muy sonriente con los cinco dólares que Connor le dio de propina.

Cuando se giró, vio que Beth se había levantado del sofá y estaba poniéndose
bien la bata para cubrir la estela de saliva que él había dejado sobre su camisón.

Al recordar aquellos momentos, Connor sintió que se quedaba sin aire. Si por él
hubiera sido, habría dejado la pizza en la cocina, habría vuelto al salón y la habría
tomado entre sus brazos para reanudar el momento de arrebato donde lo habían
dejado.

Sin embargo, Beth no parecía muy dispuesta a volver a la acción, así que
Connor tuvo que aguantarse.

—La pizza huele muy bien —comentó para romper la tensión que se estaba
instalando entre ellos—. ¿Te importaría traer unos platos, por favor?

—Ahora mismo —contestó Beth dirigiéndose a la cocina.

A Connor no le ofendió que ni siquiera lo rozara al pasar por su lado. Aunque
no compartía la idea, entendía que Beth necesitara distanciarse.

Connor volvió a sentarse en el sofá y dejó la caja de la pizza sobre la mesa. Unos
segundos después, Beth se sentó a su lado con dos platos y unas cuantas servilletas
de papel.

Connor sirvió dos porciones de pizza en cada plato y rellenó las copas de vino.

—A lo mejor sería mejor que me fuera a mi habitación a cenar —comentó
Beth—. Así, tú podrías ver tranquilo la televisión o lo que quisieras.

Lo había dicho sin mirarlo y a Connor le entraron ganas de maldecir.

—No —contestó acariciándole el brazo—. Te propongo que veamos una
película.

Beth no contestó inmediatamente, pero al cabo de unos segundos lo miró a los
ojos y sonrió.

—Me parece buena idea, pero la elijo yo.

—Oh, no, la que me espera —gimió Connor exageradamente echándose hacia
atrás en el sofá—. ¿No me digas que me va a tocar ver una película cursi de chicas?


—A lo mejor —contestó Beth sonriente.

Acto seguido, dio un mordisco a la pizza, se puso en pie y cruzó el salón hacia
la televisión y el reproductor de DVD.

Connor se quedó mirando el vaivén de sus caderas, maravillado por sus piernas
diciéndose que, comparada con ella, la pizza que se estaba tomando no valía nada.

Beth eligió un DVD, lo colocó y volvió al sofá, pero en esta ocasión mantuvo un
cojín entero de distancia entre ellos. Una vez sentada y con la copa de vino en una
mano, dio al play con la otra.

—¿Debería empezar a preocuparme? —preguntó Connor.

—Depende —contestó Beth encogiéndose de hombros.

Los créditos de la película comenzaron a pasar y Connor escuchó una música
que se le hacía conocida y que le hizo sonreír encantado al darse cuenta de que Beth
había elegido una de sus películas favoritas.

Se trataba de una película en la que Keanu Reeves y Sandra Bullock hacían todo
lo que podían para no perecer en un autobús que avanzaba a toda velocidad. Era una
película de aventuras, pero también tenía su parte de romance.

—Madre mía, mañana voy a tener que correr cien kilómetros para quemar
todas estas calorías —comentó Beth terminándose la primera porción de pizza.

Por cómo lo había dicho, llevándose un trozo de pimiento verde cubierto de
queso a los labios, no parecía que le importara demasiado.

—A lo mejor voy contigo —dijo Connor sin pensarlo.

Inmediatamente, deseó haberse mordido la lengua porque lo cierto era que,
aunque estaba acostumbrado a hacer ejercicio, no salía a correr jamás.

Era cierto que físicamente estaba en forma porque su trabajo le exigía acarrear
material para reformar las casas, subir escaleras y muchas cosas más todos los días,
pero jamás se ponía pantalones cortos y salía a correr por el barrio.

Sin embargo, por Beth, estaba dispuesto a intentarlo.

—¿Qué pasa? —dijo al ver la cara de incredulidad de ella—. ¿Te crees que no
soy capaz de correr?

—Por supuesto que sé que eres capaz de correr, eres capaz de correr si te
persigue un oso o si ves una cerveza bien fría, pero la verdad es que no te imagino
saliendo a correr para hacer ejercicio.

—Mañana te demostraré que puedo hacerlo —dijo Connor enarcando una
ceja—. ¿A qué hora quieres que quedemos?

—A las seis —contestó Beth.

—Muy bien, a las seis —contestó Connor, que estaba acostumbrado a madrugar
mucho para ir a las obras.

—¿Lo dices en serio? —insistió Beth.


—Ya lo verás.





Beth estaba haciendo un tremendo esfuerzo para no estallar en carcajadas.

Iba concentrándose en la respiración, intentando no reírse porque, aunque
Connor estaba aguantando como podía, lo estaba pasando mal.

Se había despertado aquella mañana muy temprano y la estaba esperando
vestido con pantalones cortos y camiseta cuando ella había bajado, así que habían
tomado cada uno una pequeña botella de agua en la mano y habían comenzado a
trotar nada más salir de casa.

Todavía no había amanecido y hacía frío.

Al principio, Connor había ido de maravilla.

Incluso parecía que iba mejor que ella, que estaba más acostumbrada a correr en
cinta en el gimnasio que hacerlo por la calle.

Mientras corrían uno al lado del otro, iban charlando sobre lo que tenían que
comprar para ponerse manos a la obra aquella misma mañana con la habitación del
bebé.

Un rato después, Beth había empezado a trotar más fuerte y había sido entonces
cuando Connor había comenzado a quedarse sin resuello.

No era que Connor no estuviera en forma, pero era obvio que estaba
acostumbrado a hacer otro tipo de ejercicio.

Beth lo miró de reojo y decidió que había tenido suficiente.

Llevaban una hora corriendo y Beth sabía que, con lo cabezota que era, Connor
era capaz de seguir corriendo hasta morir con tal de no dar su brazo a torcer.

Así que bajó el ritmo y esperó a que la alcanzara.

—¿Estás bien? —le preguntó sabiendo perfectamente lo que Connor iba a
contestar.

—Sí, claro que sí —contestó Connor resoplando—. Podría estar corriendo un
par de horas más.

Beth giró la cabeza para que no la viera reírse.

—Eso está muy bien, pero creo que ya hemos tenido suficiente por hoy. Hemos
debido de quemar, por lo menos, una ración de pizza y una copa de vino.

Al llegar a casa de su hermano, se pararon y, mientras ella continuaba corriendo
en el sitio para permitir que su ritmo cardíaco se desacelerada naturalmente, Connor
se dobló de la cintura hacia adelante, apoyó las manos en las rodillas y comenzó a
inhalar aire completamente asfixiado.

Beth también respiraba con dificultad, pero era una sensación que le encantaba.

—Te propongo que nos duchemos y vayamos al pueblo.


Una de las razones por las que Beth había querido salir a correr aquella mañana
había sido para liberarse de la ansiedad que le producía el tener que pasar todo el día
trabajando con Connor y, sobre todo, tener que ir con él a comprar artículos de bebé.

Beth era consciente de que iba a ser una situación difícil y quería estar
preparada. Salir a correr le había sentado bien y ahora se sentía más fuerte y más
preparada para controlar sus emociones.

—Me parece bien. ¿Pasas tú primero al baño? —preguntó Connor levantándose
la camiseta para secarse el sudor de la frente.

Al hacerlo, Beth vio sus maravillosos abdominales y tuvo que dar un trago de
agua porque se le había secado la garganta.

—No, pasa tú primero —contestó sinceramente.

Parecía que Connor lo necesitaba más y, además, a ella no le importaba nada
estar un rato sola antes de meterse en la ducha porque, si lo hacía ahora, en el estado
en el que estaba, se iba a ver obligada a ducharse con agua helada y prefería esperar
un poco y poder ducharse con agua templada.

—¿Seguro?

Beth asintió y abrió la puerta de casa. Connor subió las escaleras y pocos
minutos después Beth oyó el agua correr.

Mientras él se duchaba, ella metió las botellas de agua en el frigorífico y fue a su
habitación para elegir la ropa que se iba a poner.

Obviamente, no se había llevado ropa vieja que le sirviera para trabajar, pero
decidió que unos pantalones azul marino y una camiseta de punto marrón eran lo
suficientemente casuales como para realizar ese trabajo… a menos que Connor la
quisiera poner a pintar o a lijar el suelo, claro.

Al cabo de unos minutos, Connor apareció con el pelo mojado en la puerta de
su habitación.

Solo llevaba una toalla atada a la cintura y Beth no pudo evitar quedarse
mirando una gota de agua que cayó de su pelo, se deslizó por su rostro, bajó por su
musculado y firme torso y se perdió más allá de su cintura.

—El baño es todo tuyo —dijo Connor en voz baja.

Beth se mojó los labios y se obligó a mirarlo a los ojos. Al hacerlo, se dio cuenta
de que Connor sonreía encantado. Era obvio que la había pillado mirándolo.

«Desde luego, menuda manera de mantener las distancias», se dijo a sí misma.

Claro que el episodio de la noche anterior en el sofá debía de haberle dejado
muy claro que algún interés sí tenía en él.

—Gracias —contestó con voz trémula.

Se había ido a vivir a Los Ángeles para distanciarse de Connor y había
madurado a la fuerza, pero desde que había vuelto a Crystal Springs parecía que
estaba volviendo a ser aquella patética adolescente enamorada.


Razón más que de sobra para volver a California cuanto antes e intentar
recuperar el equilibrio interno.

Pasaron unos cuantos segundos en los que ninguno de los dos se movió, en los
que se limitaron a mirarse fijamente a los ojos.

Beth se dio cuenta de que debía moverse, así que recogió la ropa que había
elegido y obligó a sus piernas a desplazarse, pasando al lado de Connor y teniendo
mucho cuidado de no tocarlo, para meterse en el baño.

—No tardo nada —le dijo.

—Tómate todo el tiempo que quieras —contestó él.

Beth lo miró una última vez antes de cerrar la puerta y no pudo evitar
estremecerse de pies a cabeza al ver que Connor la estaba mirando con deseo.

Su propio cuerpo reaccionó con violencia y aquel deseo masculino encontró
reflejo femenino en el interior de Beth, que se apresuró a cerrar la puerta y a decidir
que, al final, iba a necesitar la ducha de agua helada.





—Los payasos están pasados de moda.

—Ya, claro, ¿y acaso los ositos son lo último?

—Por lo menos, son monos —contestó Beth cruzándose de brazos—. Estos
payasos dan miedo —añadió señalando el papel que Connor tenía en la mano.

Connor se quedó mirándolo atentamente.

—Tienes razón —recapacitó dejando el papel en su sitio—. Sin embargo, los
ositos no terminan de convencerme.

Beth observó la cenefa que había elegido y decidió que, efectivamente, los ositos
eran bastante aburridos.

—Tienes razón. Así que nada de payasos y nada de ositos. ¿Qué otras opciones
tenemos?

Mientras hacían recapitulación, Beth se dio cuenta de lo bien que se lo estaba
pasando.

Desde luego, aquello la había tomado por sorpresa pues había esperado que
aquel día fuera una completa tortura.

Sin embargo, después de ducharse y de cambiarse de ropa, habían desayunado
un zumo de naranja y tostadas y se habían ido a la ferretería.

Allí, Beth había dejado que Connor tomara las riendas ya que, al fin y al cabo,
estaba en su salsa y sabía lo que debía comprar.

Sin embargo, ahora se encontraban en la única tienda de telas que había en
Crystal Springs y Beth se había hecho con las riendas.


De mutuo acuerdo, habían decidido que, de momento, no iban a comprar los
muebles ni las cortinas sino que se iban a limitar a empezar a reformar la habitación.

Sin embargo, no habían podido evitar la tentación de comprar la pintura, una
mezcla de azul y verde, perfecto tanto para niña como para niño, que ya estaba
cargada en el coche.

—¿Qué te parece éste? —propuso Beth dándole un rollo de papel que iba a la
perfección con la muestra de pintura—. Los azules y los verdes van divinamente y
todas estas criaturas marinas son adorables.

Se trataba de delfines, tortugas, ballenas y medusas e incluso había algunos
tiburones y pulpos preciosos.

Connor la miró a los ojos y sonrió de manera sensual.

—Me encanta. Podríamos comprar unos cuantos peluches de animales del mar
y una cuna y estanterías y una mecedora a juego.

—¿Y no crees tú que a mi hermano y a Karen les gustaría elegir ellos algo de la
habitación del niño? —preguntó Beth preocupada.

—No, les va encantar lo que elijamos para ellos. Además, si hay algo que no les
gusta, pueden cambiarlo y nosotros no nos sentiremos ofendidos.

—Tienes razón —contestó Beth.

—Entonces, decidido. Venga, agarra unos cuantos rollos de papel de ése y
vámonos.

Beth así lo hizo.

—Solo queda una cosa —comentó Connor mirándola de arriba abajo.

—¿Qué? —dijo Beth mirándose también.

¿Se habría manchado de zumo de naranja en el desayuno?

—¿Piensas trabajar con esa ropa o tienes otra para cambiarte cuando lleguemos
a casa?

—Me temo que esto es todo lo que tengo —contestó Beth mordiéndose el labio
inferior—. La verdad es que cuando hice la maleta para venirme lo hice con la idea
de ir a una boda, la de mi hermano, y no con intención de ponerme a reformar una
habitación.

—Pues creo que lo mejor sería que te compraras unos vaqueros y unas cuantas
camisetas.

—¿Tú crees? —dijo Beth.

La verdad era que llevaba los pantalones perfectamente planchados y con la
raya tan bien hecha que parecían de un militar y el cuerpo de punto era precioso y lo
cierto era que no le apetecía nada estropeárselo.

—Sí, venga, vamos al departamento de señoras.


—¿De verdad quieres perder el tiempo mientras yo me pruebo ropa? Te vas a
aburrir —comentó Beth.

Connor sonrió con picardía.

—En estos momentos, no se me ocurre nada que me apetezca más. Con un poco
de suerte, a lo mejor me dejas entrar en el probador a ver qué tal te queda lo que
hayas elegido.

—Tú sueñas, bonito.

—Sí, de eso puedes estar segura —contestó Connor mientras Beth comenzaba a
elegir vaqueros.


Capítulo Ocho

La casa entera retumbaba con los martillazos, los ruidos de la sierra y la música
que habían puesto en el vestíbulo.

Llevaban tres días trabajando y la habitación estaba quedando estupendamente.
Connor le había enseñado un montón de cosas de carpintería y ella era una
maravillosa alumna, así que formaban un buen equipo.

De momento, habían retirado las cortinas antiguas, habían quitado la vieja y
descolorida moqueta y habían lijado y barnizado el suelo de madera que había
debajo.

En aquellos momentos, Connor estaba subido a una escalera y a Beth se le
antojó el hombre más sensual sobre la faz de la tierra.

Llevaba una camiseta de algodón que marcaba su espalda y sus maravillosos
bíceps como una segunda piel y unos vaqueros desgastados que enmarcaban un
trasero de premio.

Beth se dijo que debía de dejar de mirarlo y concentrarse en lo que tenía que
estar haciendo, que era dar la primera capa de pintura sobre la pared.

Así que volvió a meter el rodillo en el bote de pintura y siguió pintando,
tarareando y bailando con una canción de los B52’s.

—¿Te lo estás pasando bien?

La voz de Connor tan cerca la hizo dar un respingo y mancharse de pintura.

—Me has dado un susto de muerte —contestó Beth llevándose la mano al
corazón.

—Lo siento —se disculpó Connor con una gran sonrisa—. La pared te está
quedando fenomenal. Deberías venirte a trabajar con Nick y conmigo.

—Gracias —sonrió Beth.

Al sonreír, el brillo de sus ojos era tan intenso que Connor sintió que el aire no
le llegaba a los pulmones.

Madre mía, qué guapa era.

Durante los últimos siete años, Connor creía que la había mitificado y que el
brillo de su pelo castaño y de sus ojos azules y la chispa de su sonrisa no eran tan
intensos como él recordaba, pero ahora, teniéndola delante, se daba cuenta de que
era todavía más bonita de lo que la recordaba.

Hacía un rato, cuando había terminado de colocar las últimas molduras del
techo y se había girado hacia ella, había estado a punto de caerse de la escalera pues
Beth estaba dándole al rodillo arriba y abajo y moviendo el trasero al ritmo de la
música.

Aquello había hecho que a Connor se le acelerara el ritmo cardíaco, por lo que
había decidido bajar muy lentamente de la escalera y tomarse un descanso.


—Si te parece bien, yo creo que podríamos dejarlo por hoy. Es miércoles y has
quedado con tus amigas en el Longneck, ¿no? —comentó volviendo al presente.

Beth lo miró confusa sorprendida durante un segundo.

—Es verdad —contestó—. Se me había olvidado. ¿Qué hora es?

—Son casi las seis —contestó Connor—. Yo creo que nos da tiempo de cenar
algo en casa después de ducharnos, a menos que quieras tomar algo allí.

—Yo creo que sí, que tomaremos algo allí —contestó Beth—. Si quieres, te
puedes venir con nosotras —añadió en voz baja.

Al principio, Connor pensó que lo había dicho única y exclusivamente por
educación, pero su mirada le dejó claro que estaba siendo sincera.

Obviamente, la tentación de aceptar era grande porque era la excusa perfecta
para estar cerca de ella.

—Gracias, pero supongo que te apetecerá estar a solas con tus amigas para
hablar de hombres y de cómo hacer para que no se os noten las braguitas debajo de
los pantalones.

Aquello hizo reír a Beth.

—¿Te crees que las mujeres hablamos de eso cuando estamos solas?

Connor se encogió de hombros.

—Lo cierto es que hablamos de hombres solo cuando una de nosotras ha tenido
una mala experiencia, pero, si no, hablamos del trabajo, de la familia, de moda y de
un montón de cosas más.

—Es bueno saberlo —dijo Connor alargando el brazo y quitándole una mancha
de pintura de la nariz.

—Gracias —dijo Beth—. Me parece que deberíamos meternos en la ducha.

Connor sintió una descarga de deseo por todo el cuerpo porque tenerla tan
cerca era divina tortura.

Por supuesto, le habría gustado tomarla entre sus brazos y besarla hasta dejarla
sin sentido, deslizar los dedos por aquella melena castaña maravillosa y, sí, ducharse
juntos… o no ducharse e irse directamente a la cama.

Connor tragó saliva y se dijo que debía controlarse.

Lo que había sucedido aquella noche en el sofá había sido producto de haberse
tomado un par de copas de vino con el estómago vacío, pero nada más.

Por favor, pero si Beth llevaba casi siete años sin hablarle y él había estado
viviendo con otra mujer hasta hacía muy poco.

Aquello, fuera lo que fuese lo que estaba sucediendo entre ellos, debía de ser
algún tipo de atracción residual que les quedaba de la adolescencia y la juventud,
cuestiones sin resolver de aquella noche en la que habían hecho el amor en el coche.


En cuanto Beth volviera a California, cosa que Connor no creía que tardara
mucho tiempo en suceder, todo terminaría, la electricidad, el deseo, los temblores en
las rodillas y todo lo demás pasaría a la historia.

Ambos seguirían con sus respectivas vidas, así que era mejor no empezar nada
por mucho que le costara controlarse, por mucho que le apeteciera acostarse con ella.

Connor no creía que fuera una buena idea arriesgarse a que Beth volviera a
dejar de hablarle durante otros siete años.

Al igual que cuando estaba en el colegio, no quería hacer nada que pudiera
hacerle daño a ella ni a su familia, nada que pudiera distanciarlos o que pudiera
causar problemas en las relaciones familiares.

Se sentía como una mosca debatiéndose en la tela de una araña hambrienta,
pero la ironía era que había sido él quien había tejido la tela.

—Bueno, vamos a cambiarnos —dijo dejando el cinturón con las herramientas
en el suelo a pesar de que lo último que le apetecía era salir.

Si por él hubiera sido, se habría quedado en casa con ella, bien cerca, mirándose
en sus ojos, abrazándola en el sofá, viendo una película.

Aunque no sucediera nada entre ellos, porque no podía suceder, estar a solas
con ella era mucho mejor que ir al Longneck.

—Muy bien —contestó Beth.

Acto seguido, desvió la mirada y comenzó a recoger sus utensilios de trabajo.

Connor se quedó mirándola, y al ver que se mojaba los labios con la punta de la
lengua, se dijo que tenía que salir de allí cuanto antes, antes de que la tomara en
brazos, la apoyara contra la pared y la hiciera suya, como había estado soñando
durante diez años.

Desde luego, estaba metido en un buen lío.

Por una parte, su mente le decía que debía distanciarse y no jugar con fuego y,
por otra, no podía evitar imaginarse a Beth con la camiseta levantada y las piernas
enrolladas en su cintura.

—¿Quieres que te ayude? —le preguntó con un hilo de voz.

—No, gracias —contestó Beth mirándolo con sus preciosos ojos azules—. No
tardo nada, voy a meter el rodillo en agua para mañana y ya está.

—Bueno, pues yo me voy a ir duchando —comentó Connor girándose para irse.

—Muy bien —contestó Beth—. Por cierto, Connor, una última cosa.

—Dime.

—Las mujeres no solemos hablar de cómo hacer para que no se nos marquen las
braguitas debajo del pantalón porque hace mucho tiempo que sabemos qué es lo que
tenemos que hacer para impedirlo.

—¿Ah, sí? —dijo Connor con la voz entrecortada por la excitación.


—Sí, es muy sencillo, lo mejor es no llevar braguitas —dijo Beth sonriendo con
picardía y concentrándose de nuevo en la pintura.

Maldición.





El Longneck estaba bastante lleno cuando llegaron un poco después de las
ocho, había algunas parejas bailando al son de la música y casi todas las mesas
estaban ocupadas.

—Vaya, está bastante lleno para ser miércoles —comentó Beth acercándose a
Connor para que la oyera por encima de la música.

Connor la había tomado de la cintura, pero Beth se dijo que no tenía ninguna
importancia, que era un gesto corriente para impedir que se perdiera entre la
multitud.

—Pues lo tendrías que ver los viernes y los sábados —contestó Connor
sonriéndole.

Beth sonrió también.

Era una maravilla salir en Crystal Springs, donde no tenía que ponerse tacones
altos ni diamantes ni tomarse cócteles de lo más glamurosos.

Allí, en Ohio, los vaqueros eran una prenda de lo más respetable para salir a
tomar una copa, que nunca era una copa sino una cerveza bien fría.

Beth llevaba mucho tiempo sin adentrarse en aquel ambiente y la sorprendió
sobremanera lo cómoda que se sintió inmediatamente. Incluso la música country,
que normalmente le daba dolor de cabeza, le estaba gustando.

—¿Han llegado ya tus amigas? —preguntó Connor.

—Sí, allí veo a Jackie —contestó Beth avistando a su amiga, que estaba sentada
en una mesa esperando con una cerveza y una bandeja de nachos.

—¡Hola! —exclamó Jackie lanzándose a los brazos de su amiga en cuanto la
vio—. ¡Cómo me alegro de verte! ¡Cuánto te he echado de menos!

—¡Yo también te he echado mucho de menos! —contestó Beth sinceramente—.
Estás maravillosa.

—¿Yo? —dijo Jackie mirándose las caderas—. Bonita, tengo cuatro hijos, así que
dejé de estar estupenda hace mucho tiempo.

Era obvio que su amiga estaba de broma y que se encontraba muy bien consigo
misma, así que Beth se sintió lo suficientemente cómoda como para reírse.

—No digas eso, estás estupenda, tienes cuatro hijos maravillosos y un marido
increíble y eres una de las mujeres más afortunadas de este lugar.

—Sí, tienes razón —contestó Jackie sonrojándose—. Desde luego, tú sí que estás
envidiable. Los Ángeles te sientan de maravilla.


—Mira, supongo que te acordarás de Connor Riordan —le dijo a su amiga.

—Claro que me acuerdo —contestó Jackie estrechándole la mano—. ¿Qué tal
estás, Connor?

—Muy bien, ¿y tú?

Charlaron durante un rato hasta que Beth vio a Gail en la puerta y le hizo
señales con la mano para que fuera hacia ellos. A continuación, volvió a hacer las
presentaciones pertinentes.

—Me voy a quedar un rato por aquí tomándome una cerveza y charlando con
gente que no veo hace tiempo —comentó Connor—. Así que, cuando me vaya a ir a
casa, te lo digo y, si te quieres venir conmigo, te vienes y, si no, supongo que una de
tus amigas te podrá acercar.

Beth asintió y se sintió muy extraña cuando Connor se alejó dejándola a solas
con Jackie y con Gail.

Sin embargo, se dijo que le apetecía un montón charlar con sus amigas y que no
debía permitir que sus sentimientos confusos sobre Connor le arruinaran la noche.





Tras un rato riéndose, bromeando y contándose lo que había sucedido en su
vida desde la última vez que se habían visto, Jackie y Gail anunciaron que se tenían
que ir a casa.

A Beth no le apetecía nada irse porque se lo estaba pasando fenomenal, pero
acompañó a sus amigas a la puerta, donde se despidió de ellas y comprobó que
estaba lloviendo.

Al volver a entrar en el local, fue en busca de Connor. Le había dicho que la
avisaría cuando se fuera a ir y, como no lo había hecho, Beth dio por supuesto que
andaría todavía por allí.

Tal vez, en el bar, en la pista de baile o jugando al billar. Beth volvió a la mesa
que había compartido con sus amigas, agarró la cerveza que tenía por la mitad y fue
en busca de Connor, al que no encontró ni en el bar ni en las mesas ni en la pista de
baile.

Menos mal porque Beth no estaba muy segura de haber podido soportar
encontrárselo bailando con otra mujer.

En cuanto aquel pensamiento cruzó su cabeza, Beth se apresuró a decirse que
era una tontería, que no estaba con él y que no tenía derecho a sentirse celosa.

Aun así, lo cierto era que no le hubiera hecho ninguna gracia verlo con otra
chica. En el colegio, le pasaba lo mismo.

Aunque Connor no se fijaba en ella, ella se moría de celos cada vez que tenía
una nueva novia, siempre alta y rubia y animadora del equipo de fútbol americano,
siempre chicas que no se sentaban a no ser que fuera en su regazo.

Al llegar a las mesas de billar, lo vio jugando.


Connor también la vio.

—¿Tus amigas se quieren ir ya? —le preguntó yendo hacia ella.

—Ya se han ido, de hecho —contestó Beth.

—¿Tú también te quieres ir? Si quieres, le digo a alguien que termine la partida
por mí.

—¿Cuánto has apostado?

Connor se sonrojó levemente.

—Cincuenta dólares —admitió.

—Termínala, anda —sonrió Beth—. Así, si ganas algo, te dejo que me invites a
otra cerveza.

—¿Cuántas te has tomado?

—Solo dos o tres.

—¿Vienes o qué? —dijo un hombre de barba a sus espaldas.

—Sí, ya voy —contestó Connor—. En cuanto termine la partida, te invito a una
cerveza, pero con una condición.

—¿Qué condición?

—Que primero bailes conmigo.

Beth miró la pista de baile, donde las parejas estaban disfrutando de una lenta
balada country y se dijo que era una locura aceptar, pero no pudo evitarlo.

Nunca había conseguido bailar una lenta con él y, aunque ya era demasiado
tarde, quería saber lo que habían experimentado las chicas que sí lo habían hecho.

Solo un baile.

¿Qué daño podía hacerle?

—Trato hecho —contestó.

Connor sonrió encantado.

—No tardo nada.

Efectivamente, la partida no duró más de diez minutos, Connor ganó y aceptó
los cincuenta dólares que le dio su oponente.

—Enhorabuena —le dijo Beth.

—Bien, ¿preparada para bailar?

Beth sintió que los nervios se apoderaban de ella y que las rodillas le temblaban,
pero dejó que Connor la tomara de la mano y la condujera a la pista de baile.

—La próxima canción que han elegido en la máquina es una rápida, pero yo
quería bailar una lenta contigo —comentó Connor—. ¿Qué te parece? ¿Estarías
dispuesta a bailar conmigo dos canciones seguidas?

«Qué diablos», se dijo Beth.


A lo mejor, bailar con él una canción rápida, sin tocarse, la prepararía para el
momento en el que los brazos de Connor la abrazaran y sus cuerpos entraran en
contacto.

—Claro que sí —contestó Beth con más convicción de la que realmente sentía.

Connor sonrió encantado y Beth sintió una bandada de mariposas
revoloteándole en el estómago, lo que la obligó a tomar aire para intentar calmarse.

Connor la agarró del codo y la llevó al centro de la pista. Una vez allí, entrelazó
sus dedos con los de Beth y la apretó contra su pecho.

¡Y ella que se creía que iban a bailar cada uno por su cuenta!

Connor mantuvo el contacto con ella durante toda la canción y Beth se dijo que,
si aquélla era su manera de bailar una canción rápida con una mujer, no se quería ni
imaginar dónde pondría las manos cuando se tratara de una melodía lenta.

No iba a tardar mucho en averiguarlo.

—¿Te lo has pasado bien con tus amigas? —le preguntó Connor al oído.

—Sí, la verdad es que me apetecía mucho verlas —contestó Beth.

Un minuto después, terminó aquella canción y empezó la siguiente. Durante la
pausa entre canción y canción, Connor no la soltó ni por un segundo y, cuando
comenzó la nueva canción, la apretó todavía con más fuerza contra su pecho.

—Sí, esto es lo que llevo esperando tanto tiempo.

Dicho aquello, le pasó la mano por la cintura de manera que sus cuerpos
quedaron completamente pegados de manera sensual e íntima.

Beth intentó apartarse un poco, pero Connor se lo impidió y, al final, Beth se
rindió y dejó que Connor se saliera con la suya.

Solo iba a ser un baile.

Beth se dijo que estaba con Connor, el mejor amigo de su hermano, uno de sus
mejores amigos también, una de las personas en las que más había confiado en su
vida.

Si no estaba a salvo en sus brazos, no estaría a salvo en brazos de nadie.


 Capítulo Nueve

Connor se dio cuenta del momento exacto en el que la tensión desaparecía del
cuerpo de Beth y comenzó a relajarse.

La columna vertebral, que había estado hasta hacía unos momentos recta como
un palo, adoptó su postura normal, los músculos de sus brazos se relajaron también
y Beth se apoyó contra él en lugar de intentar alejarse.

A Connor le entraron ganas de saltar de alegría y de suspirar de alivio, pero no
quería arriesgarse a que Beth volviera a ponerse rígida, así que siguió bailando como
si tal cosa, disfrutando de su cercanía.

Olía a ese aroma floral que Connor tenía ya asociado con ella y que perduraba a
pesar de llevar horas en un local lleno de humo.

El pelo le caía a ambos lados del rostro y sobre los hombros formando sedosas
ondulaciones de color castaño y enmarcando a la perfección sus enormes ojos y su
precioso óvalo de cara.

La pareja bailó al ritmo de la música, dejando que la lentitud de la melodía y la
voz del cantante dirigieran sus movimientos.

Mientras lo hacía, Connor le acariciaba la espalda con el pulgar de la mano
izquierda. Le hubiera gustado que no llevara chaqueta encima de la blusa porque,
así, la cercanía con su piel habría sido mayor.

Lo mejor habría sido que estuviera desnuda.

Mejor todavía, que los dos hubieran estado desnudos. Así, hubiera podido
sentir la suavidad de su piel por todo el cuerpo, no solo en las manos.

Beth levantó la cabeza y sus miradas se encontraron.

Si Connor no hubiera estado excitado ya por las fantasías que cruzaban su
mente mientras bailaban, aquella mirada lo habría puesto al borde del orgasmo
porque sus ojos reflejaban afecto, ternura y vulnerabilidad.

A lo mejor era por las cervezas que se había tomado con sus amigas o porque
estaba empezando a recordar cómo era vivir en una ciudad pequeña y estar siempre
rodeada de gente a la que se conoce y que te quiere.

A lo mejor, estaba recordando cómo habían sido las cosas entre ellos antes de
que todo se estropeara.

Los acordes de la canción llegaron al final y todo el mundo dejó de bailar,
volvió a sus mesas o esperó a la próxima canción.

Connor y Beth se quedaron muy quietos, mirándose fijamente a los ojos.

—La canción se ha terminado —anunció Connor carraspeando—. ¿Quieres
seguir bailando?

Beth negó con la cabeza.


—¿Quieres tomar algo?

Beth volvió a negar con la cabeza.

—¿Te quieres ir a casa?

Beth asintió y aquel simple gesto hizo que Connor se emocionara.

No se quería hacer ilusiones, no quería dar por hecho que Beth quisiera decir
que la llevara a casa y a la cama.

Aunque a él era lo que más le apetecía en el mundo, lo único que Beth había
dicho era que quería volver a casa, seguramente para meterse en la cama y dormir.

En cualquier caso, Connor decidió que a caballo regalado no había que mirarle
el diente. La noche había sido maravillosa hasta el momento y, aunque no
terminaran haciendo el amor, prefería irse ya y tener aquel buen recuerdo.

—Muy bien —murmuró tomándola de la mano y saliendo de la pista de baile—
. Vaya —añadió al abrir la puerta del local y ver que estaba lloviendo a todo llover.

—Ah, sí, se me había olvidado decírtelo —comentó Beth.

—Madre mía, la que está cayendo. ¿Has traído abrigo?

—No —contestó Beth.

Connor tampoco había llevado una prenda de abrigo porque, aunque hacía
fresco, nada hacía prever que iba a caer una tormenta así.

—Espera aquí un momento, voy por el coche y te vengo a buscar —propuso
Connor para que Beth no se mojara.

—No soy un azucarillo, no me voy a derretir porque me caiga un poco de agua
—contestó ella sin embargo.

Connor había oído aquella frase muchas veces, pero siempre de labios del
padre de Beth y, precisamente, porque ella siempre se negaba a salir a la calle sin
sombrero o paraguas cuando estaba lloviendo.

—¿Seguro?

—Sí —contestó Beth cerrando la puerta a su espalda.

Connor sonrió, le apretó la mano y comenzó a correr atravesando el
aparcamiento. Ambos se pusieron la otra mano sobre la cabeza para intentar que no
les cayera demasiada agua encima, pero fue un esfuerzo vano ya que la lluvia caló su
ropa y su piel mucho antes de que consiguieran llegar al coche.

—¡Increíble! —exclamó Connor una vez dentro—. Supongo que ésta es la
tormenta de la que llevan hablando los partes meteorológicos toda la semana —
añadió sacudiendo la cabeza como un perro.

Beth chasqueó la lengua, se pasó las manos por la cara para quitarse el agua y
se escurrió el pelo.

Cuando Connor se dio cuenta de que se estaba frotando los brazos para entrar
en calor, puso el coche en marcha y encendió la calefacción.


Hicieron el trayecto a casa prácticamente en silencio, acompañados por el ruido
de las gotas que caían con fuerza sobre el parabrisas. Al llegar, Connor intentó
aparcar lo más cerca posible de la puerta.

El barrio estaba a oscuras, pero Connor no sabía si era porque era tarde o
porque, a lo mejor, se había ido la luz por la tormenta. Lo cierto era que no recordaba
si antes de irse habían dejado encendida la luz del porche, pero ahora estaba
apagada.

—¿Preparada? —preguntó apagando el motor y sacando las llaves de casa.

—Ya no me puedo mojar más —contestó Beth.

Acto seguido, los dos corrieron hacia la puerta principal y, en un abrir y cerrar
de ojos estaban dentro. El calor de la casa los envolvió y les dio la bienvenida. Ambos
se quedaron en el vestíbulo, riéndose y resoplando.

Connor apretó el interruptor de la luz, pero no sucedió nada. Volvió a
intentarlo, pero sin éxito.

—Me parece que se ha ido la luz —comentó.

—No me extraña, con el viento que hace…—contestó Beth.

A continuación, se quitó la chaqueta, cruzó la cocina y la dejó en el fregadero.
Acto seguido, se quitó los zapatos y los dejó también allí.

—Voy arriba por ropa seca y toallas —anunció—. ¿Quieres que te baje algo?

—No, gracias —contestó Connor—. Yo también voy a subir a cambiarme, pero
primero voy a encender la chimenea. Sin luz, la calefacción no funciona y, aunque de
momento el calor aguanta, creo que es mejor que seamos previsores por si dura la
tormenta.

—Buena idea.

—¿Quieres una linterna?

Para entonces, sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y pudo ver la
irónica sonrisa que se formó en los labios de Beth.

—Por si no lo recuerdas, me he criado en esta casa y la he recorrido a oscuras
cientos de veces.

Dicho aquello, salió de la cocina y desapareció. Connor se quedó unos segundos
escuchando sus pisadas y, a continuación, se quitó las botas y las dejó junto a la
puerta para que se secaran.

También se despojó de la camisa, que dejó junto a la chaqueta de Beth en el
fregadero, y de los vaqueros, que estaban completamente empapados.

Connor supuso que a Beth no le haría ninguna gracia encontrárselo por la casa
andando en calzoncillos, pero lo primero que quería hacer era encender un buen
fuego y, además, eran unos calzoncillos muy bonitos, estaban limpios y nuevos.


Se trataba de unos calzoncillos azul marino con pequeños puntitos blancos que
Lori le había comprado el mes anterior. En el momento, no le había hecho ninguna
gracia, pero ahora le daba las gracias por ello.

Al pensar en Lori, no pudo evitar sentirse culpable. No había ni siquiera
intentado hablar con ella desde la boda de Nick y lo peor era que no la echaba mucho
de menos.

Para ser sincero, estaba encantado de estar pasando aquella semana en casa de
Nick, con la hermana de Nick.

Con Beth.

Llevaba años intentando luchar contra ello, pero lo cierto era que se sentía
profundamente atraído por ella.

¡Ja! Aquello era poco decir. La deseaba con todo su cuerpo y, cuanto más
intentaba negárselo a sí mismo, más obsesionado estaba con la idea.

Haberse acostado con ella siete años atrás no había hecho sino aumentar el
deseo y se había pasado todo aquel tiempo echando de menos su dosis como si Beth
fuera una droga y él un adicto.

Lori era una chica encantadora y Connor se había esforzado sinceramente en
construir una vida con ella, pero ahora que Beth había vuelto, ahora que aquello que
sentía por ella había vuelto a la realidad con toda su fuerza, se daba cuenta de que lo
único que había hecho había sido mentirse a sí mismo y utilizar a Lori para intentar
olvidarse de su verdadero amor.

Oyó un ruido a sus espaldas y, al girarse, se encontró con Beth, que llegaba con
una pila de toallas blancas.

Llevaba otra vez aquel camisón amarillo tan sensual y tenía el pelo mojado
recogido en una coleta.

Connor se obligó a desviar la mirada y se concentró en hacer un buen fuego.
Mientras lo hacía, se dio cuenta de que le temblaban las manos.

Maldición, aquella mujer tenía un efecto grandísimo sobre él. Le bastaba verla
de reojo para ponerse a sudar.

—Toma —dijo Beth colocándole una toalla sobre los hombros.

Por lo visto, encontrárselo medio desnudo no le había molestado tanto como
Connor creía.

En pocos minutos, el fuego había prendido y la chimenea ardía, lanzando su
colorido naranja por todo el salón.

Entonces, Connor se puso en pie y se secó el pelo, los brazos y el pecho con la
toalla que Beth le había entregado. Ella se había soltado el pelo y estaba haciendo lo
mismo.

—Ya veo que has optado por el método rápido de secado —comentó Beth
señalando su cuerpo desnudo a excepción de los calzoncillos.


—No quería estropearle a tu hermano el suelo de madera, pero puedo ir a
ponerme algo si te molesta.

Lo cierto era que tendría que haberlo hecho nada más llegar y la única razón
por la que no lo había hecho había sido porque, en realidad, quería averiguar la
reacción de Beth al verlo así.

¿Le pediría que se vistiera o le daría igual que se paseara por la casa igual que
ella? Porque aquel diminuto camisón que llevaba no era que dejara mucho para la
imaginación, la verdad.

—No, no me importa —contestó Beth acercándose al sofá y dejándose caer—.
Os he visto tanto a ti como a mi hermano sin nada. ¿No te acuerdas de aquella vez en
la que os fuisteis al lago a nadar desnudos? —sonrió—. Me convencisteis para que
me metiera en el agua también desnuda y, cuando lo hice, salisteis y me quitasteis la
ropa.

Connor chasqueó la lengua ante aquel recuerdo, dejó la toalla cerca de la
chimenea para que se secara y se sentó junto a Beth en el sofá.

—Llorabas tanto que creíamos que te ibas a ahogar.

—Lo que no os hizo apiadaros de mí en absoluto, par de bestias.

—No, pero cuando nos amenazaste con irte a casa andando desnuda y contarle
a tus padres lo que habíamos hecho cambiamos de opinión.

—¿Ah, sí? Si mal no recuerdo, dejasteis la ropa en la orilla y os fuisteis a casa
corriendo sin mí.

—Queríamos llegar antes para asegurarnos de que no te chivabas.

—Nunca dije nada. Mis padres siguen sin saber nada de aquel incidente.

—Mejor porque, si lo supieran, creerían que tu hermano y yo éramos unos
completos depravados.

Beth lo miró divertida.

—¿Cómo que «erais»?

Connor tardó apenas un segundo en darse cuenta de que Beth estaba
comenzando a bromear con él como hacía siete años que no lo hacía.

—Golpe bajo —contestó en voz baja—. Mereces ser castigada.

Beth enarcó las cejas al darse cuenta de lo que le esperaba, se puso en pie e
intentó huir, pero Connor fue más rápido que ella, la agarró de la mano, la volvió a
sentar en el sofá y comenzó a hacerle cosquillas sin piedad.

—¡No! ¡Para! ¡Para, Connor!

Beth no podía dejar de gritar y de reírse de manera incontrolada. Como en los
viejos tiempos. Connor siempre le hacía cosquillas y, a veces, eran los dos, Nick y él,
contra ella.


A veces, Beth se vengaba contándoselo a sus padres para que los castigaran,
pero lo más normal era que esperara el momento oportuno para ponerles polvos pica
pica en los pantalones o culebras debajo de la almohada.

De alguna manera, con tanto movimiento, Beth se encontró de repente
mirándose en los ojos de Connor, con los pechos apretados contra su torso.

Connor sentía sus pezones a través de la fina seda del camisón y, aunque había
estado a punto de castrarlo unas cuantas veces con las rodillas, la sensación de
tenerla tan cerca era maravillosa y le recordaba que era un hombre y ella era una
mujer, una mujer a la que deseaba con todo su cuerpo.

Connor dejó de hacerle cosquillas y Beth tardó unos segundos en recuperar la
respiración, pero, cuando lo hizo, se quedó mirándolo con sus enormes ojos azules y
Connor vio en ellos pasión.

Estaba planteándose la posibilidad de besarla cuando Beth se le adelantó, se
inclinó sobre él y se apoderó de sus labios.

Connor, que estaba debajo de ella, le tomó el rostro entre las manos y le
devolvió un beso igual de apasionado.

Mientras le acariciaba el pelo, Beth comenzó a acariciarle el torso y los
abdominales, haciendo que Connor se quedara sin aliento cuando deslizó la mano
bajo la cinturilla elástica de sus calzoncillos.

—¿Quieres que pare? —preguntó Beth con una sonrisa burlona.

Connor se moría de ganas por contestarle que no parara, pero no podía volver a
aprovecharse de ella.

Si iban a volver a estar juntos, necesitaba saber que Beth lo deseaba tanto como
él a ella, así que le retiró un mechón de pelo de la cara y la miró muy serio.

—¿Cuántas cervezas te has bebido?

Beth se quedó mirándolo sorprendida.

—¿Por qué? ¿Te crees que estoy borracha? —contestó confusa aunque no
ofendida.

—Solo quiero estar seguro —dijo Connor sinceramente.

—Me he debido tres cervezas en cuatro horas —contestó Beth—. No estoy
borracha, Connor. Sé perfectamente lo que estoy haciendo.

Según pronunciaba las palabras, Beth se dio cuenta de que era verdad. Lo
deseaba de verdad.

Lo cierto era que llevaba deseándolo muchos años, incluso durante el tiempo
durante el que se había conseguido convencer de que lo odiaba.

Durante los últimos días, atrapada con él en la misma casa, había intentado
mantener la distancia, pero lo único que habían conseguido había sido hacer saltar
chispas entre ellos y esas chispas habían acrecentado el deseo.


¿Qué tenía de malo estar con él otra vez… la última vez? Era obvio que ambos
lo querían y los dos eran adultos sin compromisos.

Beth no había salido con nadie en serio desde hacía tres o cuatro años y no
había salido con nadie, serio o no, durante el último año y medio.

Así que se dijo que ya iba siendo hora de desengrasar la máquina y, además,
acostándose con Connor conseguiría olvidarse de él para siempre.

Sí, acostarse con él apagaría las chispas de deseo que habían surgido entre ellos
en aquellos últimos días y, lo que era más importante, pondría el punto final a lo que
se había iniciado entre ellos aquella primera vez hacía siete años.

Sí, eso era exactamente lo que necesitaba, pasar una noche con Connor para
apagar el fuego que corría por sus venas y exorcizar cualquier tipo de sentimiento
negativo que hubiera entre ellos.

Hecho eso, podría volver a Los Ángeles y no tener que volverse a enfrentar a
los feos demonios que la habían atemorizado en el pasado.

Beth miró a Connor a los ojos y metió la mano un poco más abajo.

—Sé perfectamente lo que estoy haciendo —le dijo con voz seductora—.
¿Entendido?

—Sí —contestó Connor con un hilo de voz—. Nunca volveré a dudar de tus
intenciones.

Beth sonrió divertida.

—Así me gusta.

Apoyándose en los codos, Connor se echó hacia delante y la besó hasta dejarla
sin respiración, hasta hacerla ronronear de placer, consiguiendo que Beth se apretara
contra él queriendo fundirse en un solo ser.

Connor olía a fresco y a limpio, como la lluvia que los había empapado a los
dos y era maravilloso acariciar su musculoso torso y sentir sus piernas entrelazadas
con las suyas.

Pero lo que más le gustaba a Beth de aquel hombre era su cara, aquella cara
enmarcada en una mandíbula firme y fuerte, aquel ceño que fruncía cuando estaba
molesto o pensativo, la nariz recta y cruzada por una pequeña cicatriz en el puente
producto de una riña adolescente y aquellos maravillosos ojos marrones que hacía
que le temblaran las piernas cuando la miraba.

Beth sintió las manos de Connor en el pelo, acariciándole la espalda, los
costados y la cintura, sintió sus dedos desatando el nudo del cinturón de la bata que,
una vez abierta, cayó al suelo.

Beth se encontró en braguitas y camisón con los brazos, las piernas y la espalda
desnudos, pero no tenía frío. Más bien, estaba muerta de calor y sabía que no era
efecto del fuego que ardía en la chimenea.

A medida que siguieron besándose, las respiraciones de los dos se fueron
entrecortando y Connor comenzó a recorrer su cuerpo presa de la febrilidad.


—No te puedes ni imaginar cuánto te deseo —exclamó al comprobar que
llevaba tanga—. Me vuelves loco. Quiero lamer todo tu cuerpo, de la cabeza a los
pies, apoderarme de tus pezones y de tus labios, meterte en mi cama y no dejar que
te vayas jamás —añadió sin dejar de apretarle el trasero y de besarle el cuello.

—Dado que estamos en casa de mi hermano, que las camas son suyas y están
un poco lejos, ¿te conformas con el sofá? —contestó Beth.

—Sí, el sofá es un sitio perfecto —contestó Connor.

Beth sintió las palmas de sus manos en las caderas y pronto percibió los dedos
de Connor bajándole las braguitas con agotadora lentitud, revelando la zona más
íntima de su cuerpo.

Al mismo tiempo, la boca de Connor encontró uno de sus pechos y se dedicó a
juguetear con su pezón, que ya estaba erecto, pero que se endureció todavía más.

Beth arqueó la espalda hacia delante para recibir el placer. Connor tocaba su
cuerpo como un instrumento que él mismo hubiera afinado pues sabía exactamente
dónde tocarlo y cómo.

Beth sentía que la cabeza le daba vueltas, que la sangre se le agolpaba en las
sienes y que el deseo hacía que el bajo vientre le fuera a estallar.

Sin embargo, allí pasaba algo.

Connor estaba excitado, pero no desesperado, no sudaba y eso era lo que Beth
quería.

Beth quería acariciarlo y volverlo loco para que le suplicara.

—Connor.

Connor no contestó pues estaba muy concentrado con sus pezones.

—Connor.

—¿Mmm?

—Para —le dijo Beth.

Connor se apresuró a obedecer, lo que era increíble dado el grado de excitación
en el que se encontraban los dos.

—No me refería a que pararas del todo —le aclaró Beth.

Connor la miró confuso.

—¿Entonces? —dijo acariciándole la parte interna del muslo.

Beth se sentó a horcajadas sobre él, lo agarró de las muñecas, le puso las manos
por encima de la cabeza y, a continuación, comenzó a frotarse contra su erección.

Aquello obligó a Connor a inhalar aire y a apretar los dientes.

—Entonces, ahora me toca a mí —contestó Beth.


Capítulo Diez

Como si aquella frase no hubiera sido suficiente, como si aquellas palabras no
hubieran hecho que Connor sintiera pequeñas explosiones por todo su torrente
sanguíneo, Beth se quitó el camisón en un abrir y cerrar de ojos, lo tiró al suelo y le
sonrió desnuda.

Connor se dijo que debía de estar soñando porque tanta magnificencia y tanta
gloria no eran posibles.

Aquélla era la chica más sexy que había visto en su vida e iba a ser suya… por lo
menos aquella noche.

Connor alargó la mano para tocarla, pero Beth no se lo permitió.

—No, no, no —lo reprendió Beth volviéndole a colocar la mano por detrás de la
cabeza—. Me toca a mí y vamos a jugar con mis reglas. Tú no me puedes tocar… de
momento.

Aquello hizo reír a Connor.

—No sé si voy a poder soportarlo.

—Sí, claro que lo vas a soportar. No te preocupes, te va a encantar. Ahora, me
tienes que dejar que me divierta.

Gracias a Dios, el concepto que Beth tenía de divertirse lo incluía a él, tal y
como demostró que comenzara a acariciarle el pecho con las uñas, dejando una estela
de éxtasis a su paso.

A continuación, Beth se puso las manos en las caderas, subió por la cintura y se
tomó los pechos, que ofreció a Connor, en las palmas de las manos.

¡Como si le hiciera falta que le recordara lo maravillosos que eran cuando hacía
pocos minutos los había tenido en la boca!

—¿Te gusta lo que estás viendo? —preguntó Beth.

Connor se colocó de tal de manera que Beth sintiera su erección bien potente
entre las piernas.

—¿Tú qué crees?

Beth se echó hacia delante de manera que la parte superior de su cuerpo entrara
en contacto con la parte superior del cuerpo de Connor, que percibió su humedad a
través de los calzoncillos y, aunque lo creía imposible, se excitó todavía más.

—Sí, me parece que te gusta —ronroneó Beth besándole por el cuello—. A mí
también me gusta lo que veo —añadió lamiéndole un pezón y deslizándose a
continuación hasta su ombligo.

—Me… alegro —consiguió decir Connor.

—Connor.


Connor no podía respirar, así que ni se molestó en contestar. No habría podido
aunque hubiera querido porque ver a Beth bajándole los calzoncillos con la boca lo
había dejado sin palabras.

—Te quiero sentir dentro.

Sí, por fin.

A la porra las reglas.

Connor se incorporó a toda velocidad y la sentó en su regazo con una pierna a
cada lado de su cuerpo.

—Rodéame la cintura con las piernas —le indicó.

Beth sonrió encantada.

—Sí, amo y señor —bromeó.

—Compórtate como es debido o tendré que castigarte —le advirtió Connor.

—Oh, no, por favor, no me haga daño. Prometo ser buena.

—Pero no demasiado.

—No, no demasiado.

Connor sonrió satisfecho y se puso en pie.

—¿Adónde vamos? —le preguntó Beth agarrándose a su cuello.

—A la cocina, me he dejado los pantalones allí.

—¿Y para qué quieres los pantalones ahora que estamos desnudos?

Al llegar a la cocina, Connor se acercó al fregadero, dejó a Beth sentada en la
encimera y rebuscó en sus vaqueros mojados.

—Preservativos —dijo sacando un paquete plateado como si fuera una medalla
olímpica.

Por la cara que puso Beth, Connor se dio cuenta de que no había pensado en
ello, lo que no era de extrañar teniendo en cuenta lo rápido que había sido todo.

—Chico listo —comentó Beth acariciándole el pelo—. ¿Siempre llevas uno en la
cartera por si surge una emergencia? —bromeó.

—Sí, y arriba tengo una caja entera —contestó Connor—. Uno nunca sabe
cuándo una tía buena lo va a querer violar.

Beth lo miró con la cabeza ladeada.

—Los hombres sois de lo más optimistas, ¿eh?

—Pues sí, la verdad es que sí y la verdad es que, a veces, merece la pena porque
tus sueños se hacen realidad.

—Bueno, ¿vas a utilizar ese preservativo o me vas a dar una charla sobre él?

Aquellas palabras bastaron para que Connor sintiera la libido de nuevo
disparada.


—Lo voy a utilizar —le aseguró bajándose los calzoncillos y abriendo el
envoltorio con los dientes a la vez—. ¿Quieres volver al sofá o nos quedamos aquí?

Beth miró a su alrededor.

—Aquí, en la mesa, ahora, date prisa.

—Ten cuidado con lo que deseas —contestó Connor, que ya no podía más.

En cuanto se hubo colocado el preservativo, la tomó en brazos y besándola la
depositó sobre la mesa como si se tratara de un festín.

Beth suspiró y arqueó la espalda hacia él, momento que Connor aprovechó para
besarle el cuello y los pechos, pero sin concentrarse en sus pezones, dejándola con las
ganas, queriendo hacerla sufrir un poco.

Con el mismo pensamiento en la cabeza, dirigió su erección hacia el centro de
su feminidad y comenzó a acariciarlo suavemente, pero pronto se dio cuenta de que
no iba ser capaz de aguantar mucho, así que decidió que había llegado el momento.

Con un empujón de las caderas, se introdujo en su cuerpo mientras la besaba
extasiado. La sensación de estar dentro de ella era maravillosa y Connor se dijo que
podría quedarse así para siempre, sintiendo su humedad y su calor, pero Beth echó
las caderas hacia delante, indicándole que quería más.

Así que pronto se encontraron moviéndose al unísono.

Beth se mordió el labio inferior para no gritar de placer, pero mantuvo los ojos
abiertos porque le gustaba ver a Connor moviéndose encima de ella. Mientras los dos
iban hacia el orgasmo, le mordía el lóbulo de la oreja.

—Más rápido, Connor.

—Sí.

Connor la tomó de las corvas, acercándose todavía más a ella para tener mejor
acceso y, en unos segundos, ambos alcanzaron el éxtasis, que sacudió sus cuerpos en
maravillosas oleadas de placer.

A continuación, Connor se dejó caer sobre ella y Beth recibió su peso encantada,
dándose cuenta de que estaba sonriendo.

—Estás sonriendo —comentó Connor al levantar la cabeza y mirarla.

—Sí.

—Estás genial —dijo Connor acariciándole las sienes.

—Me siento genial —contestó Beth apretando la vagina y sintiendo cómo
Connor volvía a endurecerse—. Tú tampoco estás mal, ¿eh?

—¿Otro? —dijo Connor enarcando una ceja.

—Cuando tú quieras —contestó Beth.

—Por mí, ahora mismo —contestó Connor.

Acto seguido, la levantó de la mesa, pero sin salir de su cuerpo y se dirigió al
pasillo.


—Mira que te gusta moverte —comentó Beth en tono de broma—. ¿Y ahora
adónde vamos?

—Arriba, a buscar más preservativos. A lo mejor, esta vez conseguimos llegar a
la cama.

—Mmm, hacer el amor en la cama, eso es nuevo.

Connor chasqueó la lengua y le dio un cachete en el trasero.

—No te pongas sarcástica. Si no hubieras estado tan excitada y con tantas
prisas, a lo mejor habríamos llegado esta vez.

—Sí, claro, ahora va a resultar que la culpable de todo es la pobre mujer
indefensa y desnuda que llevan de un lado para otro como a un saco de patatas.

Connor se golpeó contra un mueble y maldijo.

—¿Estás bien? —le preguntó Beth riendo.

—Sobreviviré —contestó él apretando los dientes y masajeándose el lugar en el
que se había golpeado.

—¿Quieres una linterna? —preguntó Beth citando sus palabras de hacía un
rato.

—Muy graciosa. Será mejor que te calles para que me pueda concentrar en
llegar arriba entero.

—No diré una palabra más —prometió Beth.

Efectivamente, no volvió a hablar sino que utilizó la boca para succionar el
lóbulo de la oreja de Connor, que gimió de placer y se tropezó con el siguiente
escalón.

—Espero que te estés dando cuenta de que me estás matando.

Beth sonrió, pero no contestó porque había dado su palabra.

Al llegar a lo alto de las escaleras, Connor volvió a tropezarse y ambos cayeron
al suelo, donde comenzaron a besarse y a dar rienda suelta a la pasión.

—Ya basta —dijo Connor saliendo de su cuerpo.

Al instante, Beth se sintió vacía, pero aquel sentimiento no duró mucho tiempo
porque Connor se apresuró a tomarla en brazos y a llevarla a su habitación, donde la
dejó sobre la cama.

Acto seguido, fue al armario y, en un abrir y cerrar de ojos, se quitó el
preservativo usado y se colocó uno nuevo.

—¿Dónde estábamos? —preguntó tumbándose junto a ella en la cama.

—Más o menos por aquí —contestó Beth envolviéndole las caderas con una
pierna y acariciándole el brazo.

Sentía su erección entre las piernas, justo en la entrada de su cuerpo, allí
exactamente era donde quería sentirlo.

Connor penetró en su calor y Beth lo abrazó encantada, suspirando.


Aquello era exactamente lo que quería, pasar una noche con Connor Riordan.

Todos se evaporaría a la mañana siguiente, pero, de momento, Connor era
suyo.





Beth abrió los ojos horas después.

La habitación estaba a oscuras, pero fuera se veía que estaba comenzando a
amanecer. Había dejado de llover durante la noche y Beth se quedó unos minutos
tumbada sin moverse, escuchando el canto de los pájaros.

Estaba tumbada de manera que su espalda tocaba con el pecho de Connor.
Ambos estaban tapados hasta el cuello y por debajo de las sábanas Connor la tenía
agarrada de la cintura y Beth había colocado el brazo sobre el de Connor y había
entrelazando sus dedos con los suyos.

En aquella postura se encontraba a salvo y no quería moverse. Una parte de ella
quería darse la vuelta y despertar a Connor a besos, pero sabía que no podía.

Se había prometido a sí misma que sería solamente una noche, una noche para
olvidarse de él por completo, para demostrarse a sí misma que había superado lo que
sentía por él.

Y esa noche ya había pasado.

Había llegado el momento de comenzar a distanciarse y, cuanto antes lo hiciera,
antes volverían las cosas a la normalidad.

Así que se soltó de sus dedos y de su brazo con cuidado y se levantó de la cama
lentamente. A continuación, se dirigió a su habitación y se vistió con la intención de
bajar a la cocina a preparar café.

Sin embargo, al pasar por la puerta de la habitación del bebé, los primeros rayos
de la mañana hicieron que se parara y observara lo bonito que había quedado el
nuevo suelo.

Aunque todavía no tenía muebles, la habitación estaba quedando preciosa. A su
hermano y a su cuñada les iba a encantar.

Qué suerte iba a tener su bebé de tener una habitación así en la que su tía y su
«tío» habían puesto tanto tiempo y amor.

¿Por qué la pintura nueva y los rollos de papel con animalitos del mar la ponían
entonces tan triste?

Beth entró en la habitación y se la imaginó perfectamente terminada, con la
cuna, el cambiador y la mecedora.

Se imaginó a su hermano y a su cuñada llegando a casa con su hijo recién
nacido, se imaginó a Nick acunando a su hijo dormido y a Karen dándole el pecho.

De repente, no era Karen quien tenía al niño en sus brazos sino ella, ella
dándole el pecho a su hijo, al hijo de Connor.


Por supuesto, no había tenido ocasión de ver al bebé porque había abortado a
las pocas semanas de estar embarazada, pero no le costó ningún esfuerzo imaginarse
sus rasgos, la naricita, los mofletes gordotes y los labios carnosos.

Beth no pudo evitar dejar escapar un sollozo y se apoyó contra la pared,
sintiendo el impacto de aquella pérdida como un puñetazo en la boca del estómago.
A continuación, se tapó la boca con la mano y se dejó caer al suelo llorando.

Creía que se había sobrepuesto al dolor del aborto hacía muchos años, pero
ahora descubría que, aunque ya no albergaba ningún tipo de rencor hacia Connor
por la parte que le tocaba en todo aquello, sentía una sensación de pérdida espantosa
en el corazón y en el alma.

Beth se imaginó su vida si no hubiera perdido a aquel niño, si hubiera reunido
el valor para contarle a Connor que iban a ser padres.

Sabía perfectamente lo que hubiera sucedido, se habrían casado y se habrían
ido vivir a Crystal Springs, cerca de sus padres.

Y habrían sido felices.

Ella habría terminado sus estudios de Derecho y, probablemente, habrían
tenido un par de hijos más que ella se habría deleitado en cuidar.

Aunque era muy feliz con la vida que llevaba en Los Ángeles, sabía que
también habría sido muy feliz ejerciendo de madre en Crystal Springs.

¿Cómo era posible que la vida se le hubiera torcido tanto?

Todos los sueños de la adolescencia se habían ido al garete en unos días y ya no
importaba que hubiera sido por causa del aborto o porque Connor no la hubiera
llamado.

Ya daba igual.

Así era la vida, con sus altibajos y sus momentos de alegría y de tristeza.

Ella también había cometido errores. Para empezar, no haberle contado la
verdad a Connor desde el principio había sido un gran error.

Beth decidió que, antes de volver a California, debía hacerlo. No iba a ser fácil,
pero no había otra opción.

Connor merecía saber la verdad y ella tenía derecho a tener la conciencia
tranquila por habérsela contado.

Ya no había marcha atrás, no podían recuperar el pasado, pero podían mirar
hacia el futuro y continuar siendo amigos en lugar de evitarse uno al otro como si
tuvieran la peste.

Claro que, después de lo que había sucedido aquella noche, a lo mejor no era
posible. Por otra parte, sobreponerse a la culpa de haberse acostado tenía que ser más
fácil que sobreponerse al secreto del embarazo y los siete años de mentiras.

Beth tomó aire y se puso en pie y para su sorpresa se encontró más fuerte y
aliviada que en muchos años.


Por supuesto, no había sido por haber llorado sino por haber tomado la
decisión de contarle la verdad a Connor ya que ahora comprendía lo difícil que había
sido cargar ella sola con aquello durante tantos años.

Se estaba limpiando la cara con la camiseta cuando oyó entrar a Connor en la
habitación.

Se había puesto otros calzoncillos, pero no llevaba nada más y el sol que
entraba por la ventana lo convertía en una magnífica estatua de bronce.

—¿Estás bien? —le preguntó preocupado—. ¿Qué te pasa?

Beth intentó disimular aunque sabía que era inútil porque era obvio que había
estado llorando.

—Nada, estoy bien —contestó—. Bueno, sí, sí me pasa algo —añadió
poniéndose en pie y yendo hacia él—. Connor, te tengo que decir una cosa.

Connor palideció.

—Muy bien —contestó presintiendo malas noticias.

Beth tomó aire, lo agarró de la mano y se lanzó.

—Aquella noche de hace siete años, cuando nos acostamos, me quedé
embarazada.

Connor no dijo nada, pero Beth se dio cuenta de que se había quedado de
piedra.

—Tendría que habértelo dicho, ahora lo sé, pero entonces no me atreví. Lo
habría hecho si me hubieras llamado o hubieras ido a verme.

No te culpo, no estoy diciendo que hicieras nada malo. Los dos cometimos
errores entonces y estoy segura de que, si tuviéramos que volver a pasar por la
misma situación, no nos comportaríamos igual. Te digo esto porque… creo que
tienes derecho a saberlo y yo ya no puedo más, es un secreto demasiado pesado,
estoy harta de estar enfadada contigo por algo que tú ni siquiera sabías.

—No entiendo —dijo Connor tragando saliva—. ¿Y el niño?

Beth parpadeó sorprendida. No estaba preparada para aquella pregunta. Ella
preveía una reacción furiosa del tipo «¿por qué no me lo contaste?»

—Lo perdí —contestó Beth.

Connor se quedó mirándola.

—No sé qué decir —comentó al cabo de unos minutos.

—No pasa nada, no tienes que decir nada. Solo te pido que no me odies. Llevo
mucho tiempo aguantando este dolor yo sola y lo único que quería era compartirlo
porque me estaba matando.

—Ojalá me lo hubieras dicho entonces.

—Sí, ojalá lo hubiera hecho, pero era joven y estaba asustada y no volví a saber
nada de ti después de aquella noche.


—Si me lo hubieras dicho, te aseguro que habría hecho lo correcto —dijo
Connor apretándole la mano—. Jamás habría permitido que pasaras por aquello tú
sola.

Beth sonrió con amargura.

—Ya lo sé. Gracias.

Dicho aquello, los dos se quedaron en silencio unos segundos. Beth esperaba
que su confesión no sumiera a Connor en un pasado lleno de amargura, como le
había sucedido a ella durante demasiado tiempo.

—Me vuelvo a California mañana —anunció—. Gracias por lo de anoche y por
la noche de hace siete años —añadió acariciándole la mejilla—. A pesar de todo, me
alegro de que fueras el primero.

Y, dicho aquello, se apartó de él y salió de la habitación.


 Capítulo Once

Connor se quedó de pie en silencio un buen rato después de que Beth se
hubiera ido. No sabía si habían pasado minutos u horas, pero tampoco le importaba.

Oía a Beth andando por su habitación, seguramente haciendo la maleta, y le
entraron ganas de ir detrás de ella, pero era como si se le hubieran quedado los pies
pegados al suelo y como si su cerebro se negara a funcionar con normalidad después
de la noticia que le había dado.

Habían concebido un hijo y él nunca lo había sabido.

Beth había perdido ese niño y él nunca se había enterado.

Las ramificaciones de aquellos hechos giraban en su mente como un tornado.

Connor creía que se había comportado como un idiota siete años atrás por
haber dejado que las cosas se le fueran de las manos con Beth en aquel coche, pero
ahora sabía que realmente había sido un idiota por no ponerse en contacto con ella
después, por no haberla llamado para ver si estaba bien, tanto física como
emocionalmente, por no haberse acercado a su universidad para comprobar que no
había habido consecuencias por su falta de previsión en cuanto a métodos
anticonceptivos.

Entonces, era joven, sí, era verdad, pero también era lo suficientemente
mayorcito como para responsabilizarse de sus actos, sobre todo con Beth, a la que
debía todavía más respeto que a las demás chicas porque era casi como una hermana
para él.

Un bebé.

Connor no se lo podía creer.

La única vez que se había acostado con ella la había dejado embarazada y lo
peor era que Beth no se había sentido lo suficientemente cómoda como para
contárselo.

Desde luego, todo era culpa suya.

¡Se había comportado como un imbécil y como un canalla! ¿Por qué demonios
no la había llamado? Se había limitado a hacer como que no había pasado nada.

¡Pues claro que había pasado y obviamente Beth no había podido olvidarlo!
¿Cómo olvidarlo si se había encontrado sola y embarazada de un hombre que no la
había llamado después de que ella le entregara su virginidad y que la evitaba cada
vez que volvía a casa?

Y lo peor era que también había estado sola cuando había sufrido el aborto.
Connor no sé quería ni imaginar lo difícil que aquello tenía que haber sido para ella.

El miedo, el dolor, la tristeza…

Ahora entendía por qué Beth lo había tratado como lo había hecho cuando iba a
ver a sus padres.


Ahora entendía que se merecía su desprecio.

Y lo peor era que Connor no tenía ni idea de qué hacer para pedirle perdón.

Seguía dándole vueltas a la cabeza cuando Beth se asomó a la puerta, ataviada
con su ropa de trabajo.

—He llamado a la agencia de viajes —anunció—. Por lo visto, la tormenta ya ha
pasado y los vuelos han vuelto a la normalidad. Me voy mañana por la tarde. ¿Te
importaría llevarme a casa de mis padres mañana por la mañana para despedirme y,
luego, al aeropuerto?

Connor asintió.

No podía hablar.

Beth le dio las gracias y volvió a su habitación.

¿Cómo iba a solucionar aquello? ¿Cómo iba a conseguir asimilar lo que le había
contado? ¿Le daría tiempo teniendo en cuenta que se iba al día siguiente?

Connor no quería que Beth se fuera sin haber solucionado las cosas entre ellos,
no quería volver a comportarse como durante aquellos siete años, no quería pasarse
toda la vida huyendo de ella.

Quería hablar con ella y dejar las cosas claras, pero no sabía cómo hacerlo.





Connor estaba sentado en su coche mientras Beth se despedía de sus padres.

La había llevado a su casa un rato antes con la esperanza de que fuera una visita
rápida, pero a Helen y a Patrick les había hecho tanta ilusión ver a su hija y les daba
tanta pena que se volviera a ir que habían insistido para que los dos se quedaran a
comer con ellos.

Aquello había recordado a Connor los viejos tiempos, pero seguía sintiéndose
incómodo.

Los padres de Beth siempre lo habían tratado como a su propio hijo a pesar de
que solo era el niño que había en el hogar de acogida de enfrente, un niño
problemático.

Sin embargo, ellos habían sabido ver más allá, habían descubierto al niño
desesperado por tener una familia y le habían dado todo su amor.

Así seguía siendo y Connor tenía muy claro que haría cualquier cosa por ellos,
lo que, por supuesto, no incluía traicionar su confianza aprovechándose de su hija.

Claro que ya era un poco tarde para arrepentirse de eso, ¿no?

Los hechos irrefutables eran que se había acostado con su hija hacía siete años,
la había dejado embarazada y sola.

Menos mal que aquello no había salido a relucir durante la comida.


Connor no había dilucidado todavía cómo arreglar las cosas entre ellos y ahora
Beth se estaba despidiendo de sus padres, la iba a llevar al aeropuerto, ella iba a
volver a California y no se iban a ver nunca más.

Beth no solía ir a casa muy a menudo y, después de aquello, Connor no creía
que fuera a aparecer durante mucho tiempo.

Maldición.

¿Qué podía hacer?

En ese momento, se abrió la puerta del copiloto y Beth se subió al coche.

—¿Estás bien? —le preguntó Connor al advertir su tristeza.

Beth lo miró haciendo un gran esfuerzo para no llorar.

—Sí, es que… nunca me ha costado tanto irme —admitió Beth—. Las demás
veces no me he sentido tan mal.

—A lo mejor es porque esta vez has vuelto de verdad.

Beth palideció y Connor comprendió que había metido el dedo en la llaga. Sin
embargo, Beth no contestó, se limitó a mirar por la ventana y a decirles adiós a sus
padres con la mano.

Connor puso el motor en marcha y se dirigió al aeropuerto. El trayecto
transcurrió en silencio, un silencio cómodo, pero que Connor no quería.

De hecho, intentó empezar la conversación sobre su relación unas cuantas
veces, pero no sabía exactamente qué decir.

Connor estaba frustrado.

¿Por qué demonios no sabía qué decirle?

Al llegar al aeropuerto, dejó el coche en el aparcamiento, se bajó del vehículo y
sacó la maleta de Beth.

A continuación, entraron en la terminal, Beth facturó su equipaje y Connor la
acompañó hasta el puesto de control.

Justo antes de llegar, Beth se giró hacia él y lo miró a los ojos.

Llevaba un traje de chaqueta negro que la hacía parecer la profesional abogada
que era en realidad.

Connor se dio cuenta de que aquella mujer era todo lo que deseaba en la vida,
no solo por fuera sino también por dentro.

Sin embargo, por lo visto, estaban destinados a vivir en paralelo, pero no a
terminar juntos.

Parecían dos asteroides que volaban por el espacio y que entraban en colisión
de vez en cuando para, a continuación, salir despedidos cada uno en una dirección.

—No hace falta que me acompañes —dijo Beth colocándose un mechón de pelo
detrás de la oreja—. Supongo que tendrás mejores cosas que hacer que quedarte
esperando a que despegue mi avión.


Connor se metió las manos en los bolsillos.

—¿Estás segura?

—Sí —contestó Beth sonriendo con amabilidad y acariciándole el brazo—.
Gracias por todo.

—De nada —contestó Connor devanándose los sesos en el último intento para
decir algo inteligente—. Me ha encantado volver a verte.

—A mí también, Connor.

—Siento mucho todo lo que ha ocurrido, Beth Ann —dijo de repente.

Ahora que ya había comenzado, podría haber seguido, pero Beth le puso los
dedos sobre los labios.

—No pasa nada —le aseguró—. Me alegro de que volvamos a ser amigos, te he
echado mucho de menos.

Connor sintió que se le saltaban las lágrimas.

—Llámame alguna vez —añadió Beth.

Y entonces, antes de que a Connor le diera tiempo de reaccionar, se colocó bien
el bolso sobre el hombro, sonrió por última vez y se giró para irse.

Connor se quedó mirándola mientras cruzaba el punto de seguridad hacia la
puerta de embarque y sintió una bola de angustia en la boca del estómago.

Se había ido.

Había perdido su oportunidad.

Connor se quedó allí unos minutos, con la esperanza de que Beth volviera a
aparecer para retomar la conversación, pero eso no sucedió.

Connor suspiró y dejó caer la cabeza hacia delante.

Todo había terminado.

La había perdido.





Una semana después, Connor se apoyó en el marco de la puerta de la
habitación del bebé y se quedó mirando las paredes pintadas de azul, el papel con
animalitos marinos y las cortinas blancas.

Había colocado la cuna en una esquina, el cambiador al otro lado y a su lado
una estantería para los polvos de talco, los pañales, peluches y demás.

Lo había hecho todo él, sin Beth, y la había echado horriblemente de menos.

Nick y Karen habían vuelto de su luna de miel el día anterior y Connor les
había llevado a la habitación a regañadientes.

Una vez allí, su mejor amigo se había quedado con la boca abierta y su mujer
había llorado de emoción ante la sorpresa.


Connor estaba encantado con que a sus amigos les gustara el regalo, pero le
habría gustado todavía más que Beth hubiera estado allí.

El proyecto no había sido solo suyo, sino de los dos y le habría gustado que
Beth hubiera estado allí para compartir el momento y los abrazos.

La veía subida a la escalera, intentando pegar la cenefa de papel a la pared, con
cola por el pelo y a punto de perder el equilibrio, riéndose; se imaginó acudiendo en
su ayuda y Beth girándose para besarlo.

Connor se imaginó cómo habría sido su vida si se hubiera casado con Beth y
hubiera formado una familia con ella.

Hubieran tenido una habitación así para sus hijos, habrían reformado y
decorado aquella estancia tan especial con mucho cariño.

Allí habrían acunado a sus hijos hasta que se durmieran, allí se habrían
acercado lentamente a la cuna para mirar agarrados de la mano el milagro que
habían creado entre los dos.

Sí, cuánto le habría gustado que las cosas hubieran sido así.

¿Y por qué se daba cuenta ahora que era demasiado tarde?

Distraído en sus pensamientos, Connor no oyó llegar a Nick hasta que su amigo
le dio una palmada en el hombro.

—¿Qué? ¿Admirando tu obra de arte?

—Sí —contestó Connor sonriendo a su amigo.

—De verdad que no me creo que lo hayáis hecho Beth y tú. Ojalá se hubiera
quedado y Karen y yo hubiéramos podido darle las gracias —añadió—. Te las doy a
ti. De verdad, no te puedes imaginar cuánto significa esto para nosotros.

Connor asintió.

—Os lo merecéis. Los dos. Espero que seáis muy felices juntos —contestó
Connor entregándole a Nick los tickets de compra—. Mira, por si queréis cambiar
algo.

—¿Estás de broma? —contestó su amigo aceptando los tickets por educación—.
Después de haber pasado la luna de miel en Hawái, a Karen le ha faltado poco para
pedirme que pongamos una escultura de un delfín en el jardín. Te aseguro que has
dado en el clavo.

Connor tragó saliva.

—No fue idea mía sino de tu hermana.

Tal vez su tono de voz o la tensión de su cuerpo hicieron que Nick se apoyara
en la puerta y se cruzara de brazos.

—¿Hay algo entre mi hermana y tú que yo debería saber?

Connor se tensó inmediatamente y miró a su amigo.

—No, claro que no —mintió—. ¿Por qué dices eso?


—Venga, ¿os creéis que nunca me he dado cuenta de cómo os miráis? Pero si
saltan chispas cada vez que estáis juntos. Es algo que hay entre vosotros desde que
somos pequeños.

—Yo… —rio Connor—… No sé de qué me estás hablando.

—¿Y qué pasa? No es para tanto, ¿no? —sonrió Nick—. Así que os gustáis, ¿eh?
Pues intentadlo y a ver qué pasa —añadió encogiéndose de hombros—. Te aseguro
que me encantaría poder decir que eres mi cuñado además de mi mejor amigo.

Connor sintió un nudo en la garganta y tomó aire para evitar que se le cayeran
las lágrimas por las mejillas.

—¿Estás seguro de que no te importaría que saliera con Beth?

—Por supuesto que no —contestó Nick—. Por mí, como si te casas con ella. Yo
lo único que te pido es que la cuides.

—¿Y tus padres? ¿Tú qué crees que pensarían si el chico problemático de la
acera de enfrente, ése de la casa de acogida, comenzara a salir con su hija?

Nick se puso muy serio.

—Para nosotros tú nunca has sido el chico problemático de la acera de enfrente,
ése de la casa de acogida. Siempre has sido Connor, nuestro amigo. Y seguro de que
a mis padres les encantaría que salieras con su hija. Mis padres son felices si Beth es
feliz y, para que lo sepas, en la actualidad no están convencidos en absoluto de que lo
sea.

—¿Ah, no?

Nick negó con la cabeza.

—California está muy lejos y casi nunca viene a vernos, trabaja demasiado y se
toma pastillas para la acidez de estómago como si fueran caramelos. Lo cierto es que
estamos preocupados por ella y tanto mis padres como yo estaríamos encantados de
que entrara en razón y volviera a vivir a Crystal Springs.

Connor se había puesto nervioso al oír aquellas palabras y le habían entrado
unas inmensas ganas de ir a buscarla.

—¿Y tú crees que ella querría volver?

—No lo sé —contestó Nick—. Supongo que depende de quién se lo pidiera.

Connor miró a su amigo a los ojos, aquellos ojos azules iguales a los de la mujer
a la que amaba y se lanzó.

—Nick, yo quiero a tu hermana, estoy perdidamente enamorado de ella.

Nick sonrió encantado.

—¿Ah, sí? ¿Y ella siente lo mismo por ti?

—No lo sé —contestó Connor sinceramente.

Aquello lo aterrorizó incluso más que la posibilidad de que los padres de Beth
no aprobaran su relación.


—¿Y a qué esperas? Ve a averiguarlo.

Connor tomó aire y echó los hombros hacia atrás.

—Sí, eso es exactamente lo que voy a hacer —dijo saliendo al pasillo con
decisión.

—Llámame si necesitas algo —dijo Nick a sus espaldas.

Connor se despidió con la mano, pero no frenó el paso porque tenía una misión,
ir a buscar a la mujer de la que estaba enamorado y averiguar si ella también estaba
enamorada de él.


 Capítulo Doce

Beth terminó de tomar notas sobre el contrato de un cliente y se congratuló a sí
misma por haber sido capaz de terminar con aquello antes de la hora de comer
porque había quedado con otro cliente en un restaurante cercano.

Desde que había vuelto de Ohio, no había parado de trabajar y era ese día
especialmente difícil porque tenía que hacerse cargo de los clientes de Danny, que se
había quedado en casa cuidando de su hijo enfermo.

Al sentir que su estómago protestaba, alargó el brazo de manera automática
hacia el cajón para tomarse una pastilla para la acidez de estómago.

Era gracioso darse cuenta de que nunca necesitaba los antiácidos cuando estaba
en Crystal Springs.

Aunque intentaba evitarlo, no podía dejar de pensar en Crystal Springs porque
allí estaba su familia y, para ser sincera con ella misma, su corazón.

Ante aquel pensamiento, Beth se metió la pastilla en la boca y la destrozó con
los dientes.

Bueno, ¿y qué si durante su visita a Ohio no había necesitado tomar ninguna
medicación?

¡Tampoco la habría necesitado si se hubiera ido de vacaciones a Jamaica!

Beth dejó el contrato a un lado sobre la mesa y se dirigió al baño para ver si
estaba bien peinada y maquillada para ir a ver al cliente.

Estaba colgándose el bolso del hombro cuando sonó el interfono para salir.

—Dime, Nina.

—Hay un caballero aquí que quiere verla, señorita Curtis.

Beth arrugó el ceño.

Normalmente, su secretaria le decía exactamente quién solicitaba verla. En
cualquier caso, aquella mañana Beth no tenía tiempo para visitas inesperadas ni
nuevos clientes.

—¿De quién se trata?

—Dice que prefiere permanecer en el anonimato.

Beth suspiró exasperada y consultó el reloj.

—Muy bien, pero dile que estoy a punto de salir y que solo puedo concederle
un par de minutos. Si necesita más tiempo, dale hora para otro día.

—No, no creo que tarde mucho.

Al oír la voz de Connor, Beth sintió que el corazón le daba un vuelco.

No había oído que se abriera la puerta, pero al girarse se encontró con él.

Estaba guapísimo.


¿Cómo era posible que a Beth le pareciera que estaba más guapo que nunca
cuando hacía solamente una semana y media que no lo veía?

Sí, era cierto que aquel pensamiento desafiaba la lógica, pero daba igual porque
le parecía que estaba más guapo que nunca con sus vaqueros desteñidos, sus botas
viejas, su cazadora vaquera abierta y su camisa de franela roja.

Se había afeitado y llevaba el pelo recién cortado y la miraba con sus ojos
marrones llenos de decisión.

—Connor, ¿qué haces aquí?

—Se me había olvidado decirte una cosa.

Beth lo miró sorprendida.

—¿Y para eso has venido hasta aquí en avión? ¿No me lo podrías haber dicho
por teléfono?

—No.

Connor dio un paso hacia ella y Beth sintió que le flaqueaban las piernas, así
que se apoyó en la mesa. Se forzó a quedarse de pie cuando, en realidad, lo que
habría deseado hubiera sido dejarse caer sobre su butaca de cuero.

Sin embargo, tenía mucha curiosidad por averiguar qué había llevado a Connor
a cruzarse todo el país para verla y quería estar de pie cuando obtuviera la respuesta.

—¿Y qué es eso tan importante que tienes que decirme?

Connor dio otro paso hacia ella.

—Te quiero.

Beth parpadeó preguntándose si había oído bien.

Al sentir que se había quedado sin aire en los pulmones y que le zumbaban los
oídos, comprendió que sí, que había oído correctamente.

Sin poder evitarlo, se llevó la mano al corazón, se apoyó en la mesa y se mojó
los labios.

—¿Acabas de decir que…?

—Que te quiero, sí —repitió Connor bordeando la mesa y tomándola de los
brazos.

Beth lo miró a los ojos.

—Y estoy dispuesto a repetírtelo todas las veces que sea necesario para que me
creas —continuó Connor—. Te quiero, Beth. Fue un error por mi parte dejar que te
fueras sin decírtelo. También fue un error fingir que no era así hace siete años o
incluso antes, hace diez años, cuando me di cuenta de que ya no eras la hermana
pequeña de mi mejor amigo sino la chica con la que quería salir.

Beth se moría por gritar de felicidad, por pasarle los brazos por el cuello y
besarlo con todo el amor y toda la pasión que aquel hombre le inspiraba, pero no era


la primera vez que le hacía daño y no estaba dispuesta a hacerse ilusiones otra vez
porque la vida le había enseñado a no soñar.

No podría volver a soportar que sus esperanzas no llegaran a buen puerto.

—¿Y por qué me dices esto ahora? —quiso saber.

—Porque ha llegado el momento de comportarme como Dios manda, de dejar
de hacer el imbécil. Además, he hablado con tu hermano y le he dicho que estoy
enamorado de ti aunque me daba miedo, la verdad, que me mandara al garete, que
me dijera que dejáramos de ser amigos y que no me acercara a tu familia —añadió
Connor cerrando los ojos por un momento—. Eso ha sido lo que siempre me ha dado
miedo, cometer alguna estupidez que me distanciara de vosotros porque siempre me
habéis tratado bien, siempre me habéis tratado como si fuera de vuestra familia, pero
yo siempre he tenido mucho cuidado de no meter la pata porque no quería que
vierais que era un desastre en realidad.

—Oh, Connor —suspiró Beth acariciándole el pelo—. Nunca hemos pensado
eso de ti porque no es cierto —le aseguró.

—Sí, ahora me doy cuenta de ello —sonrió Connor—, pero cuando éramos
adolescentes no lo tenía tan claro. Cuando empezaste a gustarme, me dije que a tus
padres no les haría ninguna gracia.

—¿Por eso me evitabas en el colegio y no me llamaste después de aquella
noche?

Connor asintió.

—Estaba muerto de miedo —admitió—. La posibilidad de que tus padres se
enteraran de que me había acostado con su hija y de que me dieran la espalda pudo
conmigo.

—Jamás lo habrían hecho…

—Sí, después de hablar con tu hermano me he convencido de ello —contestó
Connor acariciándole los brazos—. Por cierto, a Karen y a él les ha encantado la
habitación del bebé. La terminé todo lo mejor que pude. Tu cuñada se puso a llorar y
tu hermano se quedó sin palabras durante un buen rato, algo raro en él, ¿verdad? —
sonrió estrechándola entre sus brazos—. Me habría gustado que hubieras estado
conmigo cuando se la enseñé. Quiero que estés conmigo para siempre, Beth. Me he
comportado como un idiota durante mucho tiempo y no quiero seguir cometiendo
los mismos errores. Por favor, dame una oportunidad y te aseguro que haré todo lo
que esté en mi mano para hacerte feliz. Y, si a tu familia no le parece bien…

Beth percibió cómo Connor tragaba saliva.

—Si a tu familia no le parece bien, lo siento mucho porque voy a seguir
queriéndote con todo mi corazón y no pienso esconder mis sentimientos. Si me
rechazan, qué se le va a hacer. Les va a costar mucho deshacerse de mí porque, para
entonces, espero estar casado con su hija.

Beth dio un respingo y se quedó mirándolo con el corazón latiéndole de manera
acelerada.


—¿Qué me estás diciendo? —exclamó emocionada.

Connor la miró divertido.

—¿Qué te estoy diciendo? ¿Tú qué crees? Te estoy diciendo lo que llevo diez
minutos repitiéndote, que te quiero y que me quiero casar contigo, que quiero tener
hijos contigo y hacerme mayor a tu lado.

Beth sacudió la cabeza, todavía sin poder creerse que lo que estaba oyendo era
verdad. Se moría por creerlo, pero la parte lógica de su cerebro no paraba de insistir
en que Connor no podía haber cambiado de opinión en tan poco tiempo, en que si no
sentía eso cuando se habían acostado era imposible que lo sintiera ahora.

Aun así, se había montado en un avión, algo que Beth sabía que no le hacía
ninguna gracia, y se había cruzado todo el país para verla, para mirarla a los ojos y
confesarle su amor.

¡Para pedirle que se casara con él!

—Siento mucho lo del bebé —añadió Connor tomando su silencio por
indecisión—. Siento mucho haberme comportado como lo hice después de haber
hecho el amor contigo por primera vez. Desde luego, fui un perfecto canalla. Y
también siento mucho no haber estado a tu lado cuando perdiste al niño. Me habría
encantado tener un hijo contigo y te aseguro que, aun a riesgo de que tu padre me
hubiera matado, habría hecho lo correcto y me habría quedado a tu lado —le aseguró
Connor acariciándole la mejilla—. La verdad es que me gustaría tener hijos contigo,
si a ti te parece bien. Entiendo que no te haga gracia irte de Los Ángeles porque tu
vida ahora está aquí y no espero que dejes tirado a tu socio y que vuelvas a Crystal
Springs. He tenido mucho tiempo en el avión para pensar sobre esto y se me ha
ocurrido que le podría vender mi parte de la empresa a tu hermano y venirme a vivir
aquí contigo. No sé cómo podría ganarme la vida, pero ya se me ocurrirá algo…

—Connor, espera —lo interrumpió Beth poniéndole la mano sobre la boca y
sonriendo.

Desde luego, no era de extrañar que estuviera perdidamente enamorada de
aquel hombre porque, además de ser bueno y amable y de tener un trasero
maravilloso, era la persona menos egoísta del mundo.

Connor era de las personas que amaba sin condiciones y Beth se sentía
profundamente feliz de que la amara.

—A mí también se me olvidó decirte una cosa el otro día en el aeropuerto.

Connor se puso nervioso.

—¿Ah, sí? ¿De qué se trata?

—Yo también te quiero —dijo Beth besándolo—. Siempre te he querido.
Supongo que lo sabes porque nunca lo he podido disimular. Te aseguro que no te
culpo por nada de lo que sucedió hace siete años entre nosotros y, la verdad es que
no hay nada en el mundo que me haga más feliz que convertirme en tu esposa y en la
madre tus hijos. Sí, quiero tener hijos contigo. Uno, dos, tres o los que vengan, pero


contigo. No va a hacer falta que dejes de trabajar con mi hermano porque quiero
volver a Crystal Springs, quiero volver a mi casa, con los míos.

—¿Estás segura?

Beth asintió con decisión.

—A lo mejor, al principio tengo que ir y venir durante un tiempo hasta dejarlo
todo organizado, pero creo que Danny lo entenderá y no creo que le cueste mucho
encontrar a un nuevo socio para sustituirme en el bufete.

Connor la miró con una extrema felicidad reflejada en los ojos y Beth se dio
cuenta de que ella le debía de estar mirando igual.

—¿Te das cuenta de que tenemos que recuperar un montón de tiempo? —
murmuró Connor—. Tenemos que recuperar meses, años, casi una década.

Beth se sorprendió al ver que la levantaba, la sentaba sobre la mesa y se
colocaba entre sus piernas.

—Me encantaría, pero tengo una comida de negocios —contestó acariciándole
el pelo y besándolo.

—Pues dile a tu secretaria que llame y la anule —propuso Connor besándola
por el cuello.

—No puedo, no es un cliente mío sino de Danny.

Connor no se dio por vencido sino que apretó su erección contra su pubis y le
sacó la camisa de la falda.

—Entonces, cariño, prepárate para llegar tarde.

Y así fue.





Fin




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